NADA DE "EXTRAVAGANCIAS"

Exposición.

57 obras adquiridas en su momento por Quinquela Martín y que hoy pertenecen a la colección del Museo muestran el apego incondicional del artista a la más pura tradición figurativa.
Benito Quinquela Martín. Día luminoso. Oleo de 1958.
Benito Quinquela Martín. Día luminoso. Óleo de 1958.
Por Mercedes Pérez Bergliaffa

Las obras del patrimonio del museo Benito Quinquela Martín se muestra bajo un nuevo guión: en sus salas principales se expone Arte argentino en la colección del Museo Quinquela Martín , 57 trabajos pertenecientes a la colección del museo, muchos de ellos conocidos pero no frecuentemente exhibidos. Agrupados en los núcleos Paisajes, Retratos y La tradición boquense , la selección celebra lo mismo que el museo y las ideas de Quinquela: la tradición figurativa. Esto se mantuvo a rajatabla: mientras el artista vivió, la entrada al museo de obras abstractas estuvo prohibida. Por eso aparecen en la muestra obras importantes de artistas figurativos, como Eduardo Sívori, Antonio Berni, Pío Collivadino, Raquel Forner, Guillermo Butler, Antonio Alice, Fortunato Lacámera y Emilio Centurión, entre otros.
Como se sabe, la colección del Quinquela fue creada por el propio Quinquela Martín, quien no quería “refugiarse en la extravagancia” al armarla, según él mismo decía (esto es, hacía la vista gorda a los nuevos lenguajes y las vanguardias). “La mayoría de las obras que pertenecen al museo las fue comprando él mismo”, explica Víctor Fernández, director de la institución. “A partir de los años 20 Quinquela hizo mucho dinero con la venta de sus pinturas. Fue entonces cuando adquirió parte de este patrimonio. Otra parte pasó a integrar el acervo del museo mediante el Premio Quinquela Martín , que el pintor creó en 1952 como parte de los Premios que formaban el Salón Nacional de Artes Plásticas”, explica el director. La gran mayoría de las obras pasaron a integrar la colección de esa manera, con Quinquela destinando un dinero para los premios adquisición que llevaban su nombre. Estos existieron hasta el año 79, dos años después de su muerte.
Un pequeño porcentaje de las obras expuestas son donaciones realizadas por artistas, algunos amigos y otros extranjeros. A estos últimos, Quinquela los conoció durante sus viajes al exterior, el primero de ellos a Río de Janeiro cuando el artista tenía 31 años, en 1921, y a partir de 1923, durante sus diversos viajes por Europa.
En la primera sala de la muestra aparece una obra extraña dentro del conjunto: una figura en cerámica esmaltada, “Promesante jujeña”, del escultor Luis Perlotti. A tamaño natural, seria, con los brazos cruzados bajo su manto de colores, los ojos entrecerrados, esta mujer es única en el grupo de trabajos: casi podría relacionarse más con la sala de mascarones de proa que con el resto de esculturas, pinturas, grabados y dibujos que integran la exposición. Perlotti –quien adquirió sus primeras herramientas artísticas trabajando en una ebanistería; luego, asistiendo a los cursos nocturnos de la mutual Unione e Benevolenza (creada en 1858) y más tarde, a los talleres de la Asociación Estímulo de Bellas Artes– se juntaba con Quinquela en La Peña del Tortoni. Sus trabajos fueron, generalmente, influidos por las tradiciones americanas y del Altiplano. En la cerámica expuesta en la muestra se ve perfectamente.
Otra obra interesante para detenerse en el recorrido de la exposición es “Alrededores de Ushuaia” (1952) del platense Guillermo Martínez Solimán. Empastada, de gran escala, de gestos violentos, definen el paisaje fueguino de manera emocional, en una época en que muy pocos artistas reparaban en él.
El temple sobre cartón de Guillermo Butler “Amanecer en Córdoba” también merece un vistazo por su paleta, por su composición armónica y serena –tan propia de Butler, quien había recibido una fuerte influencia de Cézanne durante su estancia en la colonia artística de Worpswede, en Alemania, a principios de los años 20– y porque difiere del resto de los paisajes que se exponen: figura y fondo son integrados en un todo, a través de la luz, de un “clima” meditativo con eje en la naturaleza, tan central en la obra de Butler. Al costado de este trabajo se encuentra otro muy distinto, “Tarde primaveral” con un cerezo en flor a pleno, un trabajo del cordobés José Malanca, del año 42.
En la sala siguiente, ya dentro del núcleo de la exposición Retratos , toda una pared pintada de anaranjado expone pequeñas pinturas de cabezas: retratos, como lo detalla el título. Allí, el “Retrato de Butler”, de Antonio Alice (1923), el “Autorretrato” de la pintora y poeta santafesina Emilia Bertolé (1937) y “Niños humildes” de Facio Hebeqer ( sin fecha), llaman la atención. Pero cerca se destacan dos magníficos óleos de gran tamaño: “El niño y su moneda” ( 1951) de Antonio Berni; y especialmente “El manto rojo” (1941), de Raquel Forner. La expresión dramática, trágica, el escorzo del cuerpo de la mujer, y el uso de un color significativo simbólicamente (el rojo), caracterizan la obra de Forner y convierten a éste en un trabajo fuerte.

Emilia Bertolé. Autorretrato de la poeta y pintora. Oleo de 1937.
Emilia Bertolé. Autorretrato de la poeta y pintora. Oleo de 1937.

Imposible ignorar, un poco escondido –no se ve a primera vista al entrar a la exhibición– el enorme lienzo de Eduardo Sívori, “La muerte del marino” (1888). Comprado por Quinquela Martín como “La muerte de un paisano " , el artista de La Boca no dudó en cambiarle el nombre para que fuera más adecuado al contexto: la comunidad portuaria boquense de entonces sentiría más próxima la muerte de un marino que la de un simple paisano.
En la misma sala, esos dos pequeños, exquisitos, metafísicos óleos del gran Fortunato Lacámera, “Biblioteca casera” (1938) y “Serenidad” (1948), los dos de la etapa en que el pintor observaba el interior de su casa lentamente, con detenimiento, antes que los paisajes ribereños. Una frágil mesa con algunos papeles y libros, cercanos a un frasco vacío; y una pera reflejándose sobre la superficie de madera (la cortina ondulando suavemente por detrás, son los colores de la tarde) explican el clima de los interiores de La Boca, sus tiempos.
“Cocina casera” (1956), el óleo de Eugenio Daneri, y “Apuntes sobre mi madre” (1935), de Miguel Carlos Victorica, marcan un buen cierre de la exposición, cierta despedida. Que nunca es, en realidad, una despedida final, tratándose del Museo Quinquela Martín: su casa y su taller –ubicados en el último piso del museo– abiertos al público, siempre son un must , la posibilidad de adentrarse en una rara avis como fue Quinquela. Su piano pintado, las paletas manchadas, sus fotos familiares –esas con los padres adoptivos–, su prensa de grabado; y la información sobre la Orden del Tornillo, mediante la que premiaba a artistas a través de un ritual: vistiendo un traje de almirante, les entregaba “el tornillo que les faltaba” y hacía girar al homenajeado mientras con un bastón lo golpeaba en el hombro y le decía: “Bueno, ya estás atornillado, ¡pero no te lo ajusté mucho porque eso no es bueno!” Además de esta información, en su casa-taller se exhiben sus numerosos e inmensos óleos con escenas del puerto de La Boca en apogeo. Y ahora que el museo está, por primera vez en décadas, destapando las ventanas, estos paisajes de Quinquela se duplican en ellas, aggiornados, con escenas vivas, móviles, contemporáneas. Y la casa-taller y la exhibición cobran un nuevo sentido. Quizás, en parte, el barrio no haya cambiado tanto.

FICHA
Arte argentino en la colección del museo Quinquela Martín

Lugar: Museo Quinquela Martín, Av. Pedro de Mendoza 1843
Fecha: hasta diciembre
Horario: martes a domingos de 11 a 17.30
Entrada: gratuita

El artista que se debía al barrio

Hay aspectos no tan conocidos de Benito Quinquela Martín; por ejemplo, su primera infancia triste. Abandonado por sus padres, fue criado en la Casa de los Niños Expósitos. Allí, al cumplir 7 años, lo adoptan Manuel Chinchella –un cargador de leña del puerto– y Justina Molina –analfabeta y entrerriana–. A los 17 se inicia en el arte con Alfredo Lazzari, conoce a Lacámera y Facio Hebequer. Más tarde, en 1916, será Pío Collivadino quien lo guiará e identificará como “el pintor de La Boca y de su puerto”.
Pero uno de sus rasgos más importantes fue su gran impronta como gestor cultural de La Boca (algunos lo llamaron “animador cultural”). En los años 30 fundó La peña, espacio de encuentro de artistas; en 1933 compró el terreno que luego donó al Estado para la construcción de una escuela-Museo (esa cercana a Caminito) y un museo de Bellas Artes (donde había instalado en los últimos pisos su taller y su casa, aún es posible visitarlos allí). También cedió terrenos para un instituto odontológico y una escuela de artes gráficas.


Fuente: Revista Ñ Clarín

OSVALDO LAMBORGHINI: LOS COLLAGES DE SUS ÚLTIMOS AÑOS

Una muestra en Barcelona reúne fotomontajes e intervenciones del autor en libros y revistas porno. Cuando estaba enfermo y en cama, el autor se hacía con publicaciones pasadas y las convertía en cosas diferentes.
Outsider. El arte de Lamborghini es difícil de exhibir y de catalogar.
Outsider. El arte de Lamborghini es difícil de exhibir y de catalogar.

Por Jorge Carrión - Especial para Clarín


Entre los eslóganes que el escritor argentino Osvaldo Lamborghini nos dejó en herencia destaca el de “primero publicar, después escribir”. La provocación admite una lectura literal: primero estudiar lo publicado, después reescribirlo. O, más literal aún, comprar lo publicado y escribir, pintar, componer encima de su superficie.
Su obra visible hasta el momento –con cuentos como “El niño proletario”– permitía la primera lectura. La que se expone desde ahora hasta el 1 de junio en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA) evidencia la segunda. Se trata de toda la producción de texto ilustrado, collage, fotomontaje e intervención en libros y revistas porno que realizó en esa ciudad entre 1981 y su muerte, en 1985. Encamado, le encargaba a su pareja, Hanna Muck, que le comprara publicaciones desfasadas y las convertía en otras cosas:Las que se exhiben en esta exposición.
Las páginas del Teatro Proletario de Cámara ocupan una pared semicircular casi entera de la gran sala. Impresiona. La escenografía invita a leer cada uno de los fragmentos de poemas, juegos de palabras y pasajes en prosa manuscritos, que conviven con recortes pornográficos y dibujos, a modo de ilustración, contrapunto o expansión simbólica (a menudo crítica y política). En vitrinas, se muestran los libros intervenidos, algunos objetos, composiciones de intención artística, la escasa biblioteca sobre arte del escritor y el catálogo de la muestra, El sexo que habla, con textos de César Aira, Alan Pauls, Antonio Jiménez Morato, Paul B. Preciado y el comisario del proyecto, Valentín Roma.
La literatura expandida de Lamborghini, aunque más punk, llegó una década más tarde que la de Julio Cortázar, y la hemos conocido 25 años después de su realización. El editor gallego Antxo Rabuñal editó en facsímil, en 2008, una selección de “Teatro proletario de cámara”. La existencia de ese libro y la del catálogo de esta muestra homónima provocan una pregunta: ¿Es el formato libro el mejor para dar a conocer esa obra póstuma de Lamborghini, que puede entenderse como su pasión última y su legado? Hay ahora en el Macba dos muestras muy poderosas: “La pasión según Carol Rama”, sobre la artista italiana, y “La herencia inmaterial”, sobre la colección del museo. A su lado, palidecen los ensayos plásticos de Lamborghini.
Para la ocasión, César Aira firmó un remake del prólogo que escribió para el libro de 2008. Si en aquél destacaba la escritura, ahora insiste en la pintura, tal vez porque ambas no pueden disociarse en los tres últimos años de vida de Lamborghini. La interpretación de Aira de otro eslogan (“Yo vengo de ahí”, decía Lamborghini refiriéndose a la pintura) conecta la infancia como aficionado a la pintura con una vejez prematura en su cama taller: “en las dos únicas etapas de su vida estable”, dice, “optó por la plástica.”
Sin embargo, en la misma cama también escribió mucho. Mi duda como lector es hasta qué punto todo ese material gráfico es más relevante que la letra que lo acompaña y da sentido. Puede que la clave la dé el propio Aira al mencionar la filiación de esos dibujos y pinturas con la obra de Henry Darger. Arte outsider, nailf, difícil de exhibir y de catalogar.


Fuente: Revista Ñ Clarín

VENDEN UNA OBRA DE MIRÓ EN 23 MILLONES DE DÓLARES

SUBASTA DE ARTE. Una persona mira una una pintura de Joan Miró titulado “L’Oiseau au plumaje deploye vole vers l’arbre argente”, durante la presentación de la subasta de la casa Christie en Londes. Se estima que su precio rondará los 13 millones de dólares. (AFP)
La obra “El pájaro de plumaje desplegado vuela hacia el árbol plateado”, de Joan Miró, en la casa de subastas Christie's, en Londres, el pasado 30 de enero. Foto Reuters

¿SON O NO SON DE MIGUEL ÁNGEL?

Las piezas están expuestas en el Museo Fitzwilliam de Cambridge, en el Reino Unido.
De confirmarse su autoría, se convertirían en las dos únicas obras en bronce que se conservan del artista.
 Foto: LA NACION
Expertos de la Universidad de Cambridge investigan si dos estatuas de bronce, hombres triunfantes montados sobre panteras, propiedad de un coleccionista privado, son obra de Miguel Ángel Buonarroti. El 6 de julio difundirán el resultado de estos estudios. Si se constata la hipótesis, se estará frente a las primeras esculturas en bronce que se conserven de Miguel Ángel.



Dos hombres desnudos, uno ligeramente más joven que el otro, montados sobre panteras y con los brazos estirados hacia el cielo en señal de victoria podrían ser obra de Miguel Ángel Buonarotti. Así lo informaron ayer expertos del museo Fitzwilliam de la Universidad de Cambridge, en el Reino Unido, donde las piezas se encuentran expuestas en este momento.
La investigación continúa en proceso –recién el 6 de Julio se darán a conocer los resultados finales–, pero en caso de confirmarse la presunción de los expertos, estas esculturas de un metro de alto se convertirían en las dos únicas obras en bronce del maestro italiano que se conservan intactas.
Ya durante el siglo XIX, cuando aparecieron en la colección de Adolphe Rothschild –parte de la célebre familia de coleccionistas–, la autoría de las estatuas fue atribuida al genio renacentista, pero esa teoría terminó siendo descartada después de que sucesivos estudios se la adjudicaran al escultor holandés Willem Danielsz Van Tetrode.
Sin embargo, el año pasado, el profesor emérito de la Universidad de Cambridge, Paul Joannides, inició una campaña para identificar nuevamente las esculturas. La pista fundamental que motivó a este académico fue un bosquejo dentro de un dibujo del siglo XVI perteneciente al Museo Fabre en Montpellier, Francia. Sucede que uno de los aprendices de Miguel Ángel Buonarotti reprodujo bosquejos perdidos de su mentor y en uno de ellos se encontraba el dibujo de un hombre montado sobre el lomo de una pantera. La pose del joven de esa la ilustración tenía muchas similitudes con los hombre de las estatuas que ahora nos ocupan.



Las esculturas investigadas

A priori, las fechas parecen coincidir. Esta nueva investigación asegura que el gran artista florentino las habría realizado a después de el David (entre 1501 y 1504) y justamente antes de comenzar a pintar los frescos de la bóveda de la Capilla Sixtina en la Ciudad del Vaticano (trabajo que hizo entre 1508 y 1512) a pedido del Papa Julio II.
Los expertos llegaron a esta conclusión después de realizar un escáner de neutrones en Suiza –los rayos X no fueron lo suficientemente potentes como para lograr atravesar sus paredes– gracias al que se pudo datar las obras en los primeros diez años del siglo XVI.
“Tenemos evidencia visual, tenemos evidencia anatómica y tenemos evidencia técnico- científica”, afirmó Victoria Avery, parte del equipo que intenta identificar las piezas de manera concluyente, y agregó que el proyecto “incluyó a muchos historiadores de arte en el Reino Unido, en Europa y Estados Unidos, quienes analizaron evidencia de científicos de conservación y anatomistas”.
Las dos esculturas de bronce, que estarán en préstamo en el Museo Fitzwilliam hasta el 9 de Agosto de este año, pertenecen a una colección privada cuyo dueño mantiene, por ahora, su identidad en secrto. “Queremos que la gente venga al museo, que examine las pruebas encontradas y saque sus propias conclusiones”, afirmó Avery invitando a todo aquel que se interese por la obra del gran artista del Renacimiento.



Fuente: lanacion.com y clarin.com

LA INCREIBLE IMAGEN DE LAS ISLAS MALVINAS
QUE TOMÓ UN COSMONAUTA RUSO

Oleg Artémiev pasó 225 días en órbita a bordo de la Estación Espacial Internacional; hoy tiene su blog personal en el que publica las grandes fotos que sacó a 400 kilómetros de la Tierra
Las Islas Malvinas, fotografiadas a 400 kilómetros de altura  Foto: Archivo


El cosmonauta ruso Oleg Guérmanovich Artémiev, integrante de la Expedición 40 a la Estación Espacial Internacional dio a conocer esta semana una foto de alta definición de las Islas Malvinas tomadas a más de 400 kilómetros de la Tierra.
Nacido en 1970 en la letonia rusa, Oleg comenzó su carrera espacial al ser seleccionado como parte del grupo de cosmonautas RKKE-15 en 2003. Antes, había servido al ejército soviético de Vilna, en Lituania hasta 1991.
Mientras estudiaba para cosmonauta, participó del equipo de estudios precursores de 15 y de 105 días del programa Mars-500.
Oleg Artémiev mira a la Tierra durante uno de sus 225 días en órbita  Foto: Archivo
Oleg Artémiev mira a la Tierra durante uno de sus 225 días en órbita. Foto: Archivo

Oleg que hoy tiene un blog personal y desde allí sube fotos de su estadía en el espacio, despegó de la Tierra a bordo del cohete ruso Soyuz desde el cosmódromo de Baikonur en Kazajistán en mayo de 2014 y regresó en noviembre último, después de pasar 225 días en órbita.

Fuente: lanacion.com

EL ORIGEN DE LOS IDIOMAS,
EXPLICADO EN UNA PRECIOSA INFOGRAFÍA

El origen de los idiomas, explicado en una preciosa infografía

Carlos Zahumenszky

 
¿De dónde vienen los idiomas que hablamos hoy en día? La ilustradora y dibujante de cómics Minna Sundberg nos ofrece algunas respuestas en este hermoso árbol genealógico que agrupa las principales lenguas de origen indoeuropeo o urálico. A continuación podéis disfrutar de la infografía completa.





La propia Sundberg explica que sería imposible incluir en el gráfico los cientos de pequeños idiomas que se hablan en muchas regiones de Europa, pero la ilustración da una idea muy certera de los principales hablados por poblaciones de más de un millón de habitantes. Los datos han sido tomados de la web Ethnologue, que registra inifinidad de datos sobre el origen y características de los idiomas en el mundo.

Nosotros ya hemos encontrado una ausencia importante: el euskera. La razón, según, Ethnologue es que el idioma autóctono del País Vasco es una lengua aislada que no pertenece al tronco indoeuropeo ni urálico. ¿Habéis encontrado otras? En este enlace, Minna Sundberg ofrece una versión impresa de la infografía a un precio de 15 dólares. [Mentalfloss vía Cool Infographics]


Fuente: Gizmodo en español

INCREIBLE DESCUBRIMIENTO
EN EL FONDO DEL MAR MEDITERRÁNEO


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         Thonis-Heraclion: ¡la ciudad hundida se perdió hace miles de años en el mar Mediterráneo!

El océano cubre cerca del 71 por ciento de la superficie de la tierra, eso es una gran cantidad de agua. Así que realmente no debería ser una sorpresa que sólo hemos explorado un mísero 5% de este misterioso mundo submarino. Yo, personalmente, le tengo un poco de miedo al buceo en el mar. Pero, afortunadamente, hay personas que dedican su vida a descubrir lo que se esconde debajo de la superficie del mar. A veces encuentran una nueva especie de vida acuática, y otras una bota vieja. Lo que encontró Frank Goddio, fue algo completamente inesperado, encontró los restos de una antigua ciudad perdida en el mar Mediterráneo frente a la costa de Egipto. Increible…

Thonis-Heraclion: ¡la ciudad hundida se perdió hace miles de años en el mar Mediterráneo!
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     Thonis-Heraclion fue fundada en el siglo octavo antes de Cristo, como una ciudad portuaria de Egipto.
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     La ciudad se perdió en el mar en el siglo octavo AD debido a desastres naturales.
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      Junto con la ciudad perdida, se encontraron muchos artefactos y tesoros …
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      ¡Esta estatua de un faraón es enorme!
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      Recuperar los artefactos del fondo del mar no fue una tarea fácil.
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           ¡Esta es la primera vez que sale del agua en cerca de 1200 años!


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          ¿Qué nos pueden enseñar estas antiguas reliquias sobre nuestra historia?

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      ¡Éste es un descubrimiento realmente extraordinario!

Uno sólo puede imaginar lo que Frank Goddio y su equipo habran sentido cuando hicieron este descubrimiento. Y esto plantea la pregunta … ¿qué más habrá escondido en las profundidades del océano?


Lea más en http://www.lindito.com/ciudad-perdida-bajo-el-mar/#hFZp094HDVZaBQAG.99


Fuente: lindito.com

UNA BELLA CAPILLA INGLESA Y PORTEÑA

Secreta Buenos Aires.
Es la del Cementerio Británico de Chacarita, diseñada en 1930 por el mismo arquitecto que trabajó en la estación Retiro.

La capilla del Cementerio Británico, muy en línea con las de la colectividad galesa que fueron levantadas en la Patagonia con la inmigración del siglo XIX. (Rubén Digilio)
La capilla del Cementerio Británico, muy en línea con las de la colectividad galesa que fueron levantadas en la Patagonia con la inmigración del siglo XIX. (Rubén Digilio)

Eduardo Parise

Entre 1865 y 1925 los galeses que se instalaron en el valle del río Chubut construyeron 34 capillas destinadas a los aspectos religiosos de la comunidad. Hoy sólo quedan 16 y es común verlas en lugares tradicionales como Gaiman o Dolavon, por nombrar algunas. Claro que aquel fervor religioso no fue solo propiedad de esos inmigrantes y de esa región de la Patagonia. Buenos Aires también tiene capillas que se relacionan con las tradiciones protestantes. Y un símbolo de eso puede ser la capilla del Cementerio Británico, una construcción que, por el decreto 525 del 21 de abril de 2010, fue declarada Monumento Histórico Nacional.
Después de haber estado en distintos lugares de la Ciudad –junto a la iglesia del Socorro y luego bajo lo que hoy es la plaza 1° de Mayo–, el Cementerio Británico fue ubicado en la zona de Chacarita, como parte de las 97 hectáreas del gran Cementerio del Oeste. El diseño, realizado en 1930, estuvo a cargo del estudio encabezado por los arquitectos británicos Eustace Lauriston Conder, Sidney George Follett y Frances Farmer, aquellos que habían desarrollado y realizado la gran estación de Retiro, inaugurada en 1915. Pero fue Follett quien en 1942 realizó la capilla.
Sidney George Follett (Londres 1883-Buenos Aires 1968) había llegado a la Argentina en 1911 luego de ser seleccionado entre 120 arquitectos para participar justamente en el proyecto de la estación Retiro. Sus antecedentes de joven brillante fueron decisivos. Así se incorporó al estudio de Conder. Y con los años se convirtió en el arquitecto más representativo de las construcciones de las empresas británicas en el país. La clave maestra: la gran minuciosidad que ponía en sus obras.
Esa minuciosidad está presente en la capilla ubicada a metros de la entrada del Cementerio Británico, pórtico que también diseñó Follett. Realizada en ladrillos colocados con una impecable precisión, la obra tiene un cuerpo central compacto que muestra su robustez. Adentro, el techo revestido con madera (creen que utilizó roble) es parte de la sobriedad, sólo interrumpida por dieciséis sillas y dos bancos de vieja data, igual que las puertas del frente y las laterales. El altar, de mármol, tiene como única referencia un pequeño crucifijo de madera. Y en las paredes laterales cuatro grandes ventanales y otros dos más pequeños aportan luminosidad al lugar. Ese ambiente austero, tanto dentro como en la parte exterior, es lo que le otorga su belleza, similar a la de aquellas capillas galesas de la Patagonia.
Con entrada por la avenida Elcano 4568, el Cementerio Británico tiene a la capilla diseñada por Follett como un símbolo. Pero al margen de la importancia de esa construcción, importa también destacar que el lugar es un sitio abierto para que allí reposen los restos de personas de distintos credos. Y entre ellas, algunas personalidades que dejaron su huella en el pasado del país. En esa lista se puede mencionar al coronel Juan Bautista Thorne, figura de distintas batallas, incluida la heroica gesta de 1845, en la Vuelta de Obligado. También allí reposan los restos del famoso clown Frank Brown y los de las maestras Sara Eccleston, Jennie Howard, Minnie Amstrong de Ridley y Francis Bessler, aquellas docentes estadounidenses que llegaron a la Argentina a fines del siglo XIX, a instancias de Domingo Faustino Sarmiento.
Una mención especial merece otra ciudadana ilustre, cuyos restos también están allí. Se trata de Cecilia Grierson. Nacida en Buenos Aires el 22 de noviembre de 1859, Grierson era hija de colonos de origen irlandés y escocés. En su adolescencia trabajó como maestra rural. Sin embargo, su figura se destaca porque en julio de 1889 se graduó como médica en la Universidad de Buenos Aires. Fue la primera mujer de nuestro país en lograr ese título y hasta participó en la fundación de la Asociación Médica Argentina. Pero esa es otra historia.



Fuente: clarin.com

OBJETOS COTIDIANOS PREVIOS A COLÓN

En El Salvador descubren elementos y ofrendas prehispánicas



El hallazgo de fragmentos de objetos de cerámica, de parte de un utensilio de piedra, de un campo de cultivo, de una sepultura de un campesino y de sus ofrendas parecen ser claves para reconstruir cómo pudo ser la vida cotidiana en Nuevo Lourdes, centro de El Salvador, mucho antes de la llegada de Cristóbal Colón al continente.
"Muchas investigaciones realizadas en la región mesoamericana han descubierto principalmente centros ceremoniales. Pero esta vez, en Nuevo Lourdes, se ha hallado una especie de vivienda o de campo de cultivo relacionado con la vida cotidiana, la gente, punto que se ha investigado mucho", informó a la agencia EFE el director de Arqueología de la Dirección de Patrimonio Cultural de la Secretaría de Cultura de El Salvador, Shione Shibata.
Desde los primeros hallazgos, ocurridos en 2013, cuando un grupo de obreros de una empresa constructora descubrieron indicios arqueológicos en Nuevo Lourdes, ya se han recolectado más de 350 bolsas con materiales diversos que serán estudiados por arqueólogos.
Entre esos hallazgos se encuentran vasijas y cuencos de cerámica, mazos de piedra para moler maíz y dos cuentas de jade. Según explicó Shibata, esos hallazgos datan del período clásico tardío, entre 650 a 950 años después de Cristo.
"En este caso de Lourdes se encontraron diversas osamentas, diversas formas de objetos y también de cultivo con lo que podemos reconstruir la vida cotidiana de aquel entonces", añadió el funcionario en declaraciones a la agencia EFE.
Hugo Díaz, otro de los arqueólogos que participan de los estudios de la región, no descartó que podrían tratarse de indicios de la cultura maya, ya que esa etnia habitó partes de México, Belice, Guatemala, Honduras y El Salvador..



Fuente: lanacion.com

HABRÍAN ENCONTRADO EL ATAÚD DE CERVANTES
EN UNA CRIPTA EN MADRID

Estaba en el convento de las Trinitarias Descalzas, con las iniciales M C; faltan varios estudios para confirmarlo
Miguel de Cervantes
Miguel de Cervantes.



Varias tachuelas forman las letras M C y despiertan la ilusión de que signifiquen Miguel de Cervantes, el gran escritor español, en cuyo ataúd fue depositado el 23 de abril de 1616 en la cripta del convento de las Trinitarias Descalzas, en el centro histórico de Madrid. Los investigadores, según informa en su última edición el diario El País, están prácticamente persuadidos de que en su interior se hallan los restos del autor del Quijote de la Macha.
El hallazgo del ataúd sucedió anteayer al mediodía. El equipo que busca los restos del autor, liderado por Francisco Exeberría, es cauto, pero fuentes vinculadas con los investigadores prácticamente dan por hecho que se trata del Príncipe de las Letras.
La investigación para encontrar los restos de Miguel de Cervantes comenzó en junio último por el impulso del Ayuntamiento de Madrid. La coincidencia con los 400 años de la publicación de la segunda parte de la novela del Quijote, en 1615, y la atracción turística que podría generar han sido claves para que las autoridades madrileñas respaldaran las investigaciones.
Se sabe que Miguel de Cervantes murió a pocos pasos de la sencilla casa en la que el gran escritor pasó sus últimos días. También eran conocidos sus vínculos con los monjes trinitarios, uno de los cuales intervino en 1579 para rescatarlo de los corsarios que lo tuvieron preso en Argel durante cinco años, que le permitieron lograr un permiso especial para ser enterrado en el templo de esa orden, en Madrid.
Según ha trascendido al diario El País, el ataúd con las iniciales M C está carcomido por la humedad y faltan efectuar muchos estudios específicos para confirmar de manera inobjetable que los restos óseos hallados en su interior pertenezcan a Cervantes.
Los investigadores trabajaron en una cripta de diez por seis debajo del altar barroco de la iglesia del convento de las Trinitarias Descalzas, tras casi una década en la que nadie bajaba por la escalinata hasta el subsuelo más que polvoriento.
La "operación Cervantes", como fue bautizada, se cumple en fases. La primera había consistido en una prospección con un georradar en todo el edificio, que permitió detectar 33 posibles sepulturas.
Entre las tareas científicas que se desarrollaron anteayer, se supo que se introdujo una microcámara en el interior de una sepultura y que se detectó dentro de ella material osteológico.
La crónica de El País sobre el momento del hallazgo plantea la euforia que tenía la decena de investigadores que estaban en el interior de la cripta, con la cautela por la necesidad de confirmar con análisis científicos a quién pertenecen esos restos, ya que serían de más de una persona. Se estima que la sepultura hallada contendría restos infantiles y de adultos.
Los próximos pasos de los científicos estarán enfocados en lograr separar las piezas infantiles y de adultos, y luego discriminar la de los mayores por géneros. Aparentemente, habría diferencias anatómicas en los cráneos encontrados que permitirían establecer que pertenecieron a hombres y mujeres.
También se efectuarán estudios de los restos textiles del sudario franciscano con el que posiblemente fue enterrado Cervantes y la madera misma del ataúd cuyas tachuelas M C hacen soñar a los científicos. El genial escritor se había unido a la venerable Orden Tercera poco tiempo antes de su muerte, lo que le habría permitido ser envuelto en un sudario especial.
Miguel de Cervantes murió a los 68 años. Estaba enfermo de diabetes, desdentado y lleno de achaques físicos que le complicaban su tarea de escritor. Había sufrido dos disparos de arcabuz en el pecho u otro proyectil le había dejado atrofiada la mano izquierda, lo que le valió el mote de "el manco de Lepanto". Esas lesiones sucedieron en sus días de soldado en guerra con los otomanos. En 1613 se editó las Novelas ejemplares y en 1615 la segunda parte del Quijote. A 400 años de esa publicación, el enigma de sus restos estaría por resolverse.

Casi 400 años de misterio

Miguel de Cervantes
Escritor
Se estima que el autor del Quijote de la Mancha fue enterrado en la cripta de las Trinitarias el 23 de abril de 1616.


Fuente: lanacion.com

LOLA MORA:
UNA EXPEDICIÓN A SALTA EN BUSCA DE SUS HUELLAS

Fue una de las más importantes escultoras del país y del mundo.En Tala, su pueblo natal, hay un centro cultural y un museo que llevan su nombre. También está la casa donde nació.



Mercedes Pérez Bergliaffa

A veces buscar arte se convierte en toda una expedición: éste es el caso. Investigando las huellas de la importante escultora Lola Mora, esta cronista emprende un viaje al interior profundo de nuestro país: llegar hasta el pueblo de El Tala, en Salta. Y no es tan fácil: primero hay que tomar un avión hasta el aeropuerto de Tucumán, luego atravesar el límite entre Tucumán y Salta, y después hacer unos 60 kilómetros en 4 x 4 por una ruta bastante desértica, en la que de vez en cuando aparecen víboras, vacas paseando y sentándose en la ruta, tranquilas. Aquí, todo hay que tomárselo con calma: los animales, la flora y el clima reinan.
Pero además de naturaleza, El Tala tiene historias ocultas: a 2 kilómetros del centro está uno de los tesoros más preciosos para la historia artística de nuestro país, la casa natal de la talentosa escultora Lola Mora (1866-1936), la finca “El Dátil”, un monumento nacional ubicado en territorio privado. También hay en El Tala un centro cultural que lleva su nombre, El solar de Lola Mora, que es en realidad la casa de la cultura de El Tala. Aunque tiene una sala dedicada a la rica y antigua cultura La Candelaria, no tiene obras de la artista. La única escultura de Lola Mora que se expone en la zona es una lápida descuidada, un sobrerrelieve realizado en piedra como homenaje a Don Facundo Victoriano Zelarrayán, el primer jefe de la estación de trenes de la zona, ubicado en el modesto y polvoriento cementerio del poblado. Dicen que fue la última obra que realizó la artista. Está en el mausoleo de la familia Zelarrayán. Ningún cartel indica que el trabajo pertenece a la famosa escultora. Sólo se sabe por el “de boca en boca”. Esto es injusto: Lola Mora fue una de las escultoras más importantes de nuestro país y del mundo, a fines del siglo XIX-principios del XX. Cuando la artista vivió durante algunos años en Roma gracias a una beca, su perfección en la disciplina –su gran capacidad para realizar retratos escultóricos con rapidez, exactitud y gracia– llamó tanto la atención que hasta el gobierno de Rusia le encargó el monumento al Zar Alejandro y el de Australia el de la Reina Victoria. Los trabajos no se concretaron porque para ello Mora debía cambiar de nacionalidad. Se negó a hacerlo. Existen proyectos, para cambiar la situación de la lápida: lo declara Fabricio Díaz, secretario de Cultura y Turismo de El Tala. “Vamos a construir una cúpula con la intención de cobijar la lápida de Mora”, menciona Díaz, quien comenzó su gestión en 2007. Hace poco, en noviembre del año pasado, la municipalidad de esa localidad también inauguró un gran monumento en honor de la escultora, realizado por la artista local Fabiana Navarro, a manera de respetuoso recordatorio y homenaje.
En nuestro país hay mucha obra suya ubicada en lugares públicos que recorremos diariamente: la Fuente de las Nereidas –en la Costanera Sur, Av. Brasil y la Av. Tristán Achával Rodríguez, Buenos Aires– que en su momento desató todo un escándalo por la inclusión de desnudos femeninos sensuales en el grupo escultórico (no era eso lo que se esperaba que una mujer artista creara en la época, el placer y el erotismo le estaban vedados); los relieves de la Casita de Tucumán; el Monumento a la Bandera en Rosario, Santa Fe; las Alegorías cuyas réplicas fueron emplazadas el año pasado frente el Congreso de la Nación, representando La Libertad, La Justicia, La Paz, El Comercio y Los Leones. Realizadas en 1906 dentro del propio Congreso –donde la artista instaló su vivienda y taller por unos meses–, en 1912, junto con las alegorías ya terminadas y emplazadas, sobrevino el cambio político y de “gusto”: las esculturas fueron declaradas “mamarrachos”, retiradas del Congreso, llevadas a Jujuy. Allí se encuentran hoy en día las alegorías originales, emplazadas frente a la Casa de Gobierno, mientras que sus calcos fueron encargados y emplazados en su lugar de origen –el Congreso Nacional– hace poco, en 2013.
Dueña de una vida atípica para su época, talentosa y sobre todo libre, Mora fue una mujer considerada a veces, en nuestro país, excéntrica. Digámoslo: en esos momentos no abundaban las mujeres escultoras que vestían pantalones, y menos aún, las que realizaban grandes monumentos en piedra. Su propia biografía está aún hoy en día surcada de enigmas: se dice que fue amante del ex presidente Julio Roca. También se cuenta que era bisexual. Con más de 40 años se casó con Luis Hernández Otero (1908-1909), 17 años menor que ella, hijo del gobernador de Entre Ríos. Pero sobre todo, lo más innovador en esta mujer, es que diseñó su vida llevando adelante sus propias decisiones, apartándose de lo que se esperaba que una mujer de nuestro país hiciera a fines del siglo XIX y principios del XX: Lola Mora no pensaba que casarse debía ser una primacía, ni quería ser la mantenida de un señor. Pensaba en llevar adelante sus ideas, desarrollar sus obras. Y estas no eran fáciles de ejecutar: primero inmensos monumentos y más tarde invirtió toda su energía y dinero en obtener petróleo en Salta. Alrededor de 1920, instalada en una finca en Rosario de la Frontera, construyó hornos y realizó excavaciones de los que hoy sólo quedan ruinas invadidas de yuyos, al igual que de su casa, abandonada, olvidada, destruida.
Entre 1932-33, la escultora vuelve –enferma, arruinada– a Buenos Aires, donde vivió con sus sobrinas, que la cuidaron hasta su muerte en 1936. Su figura –bastante abandonada–, hace que nadie recuerde que el 17 de noviembre –el día de su nacimiento– se celebra el Día Nacional del Escultor y de las Artes Plásticas como homenaje a ella.


Fuente: clarin.com

SU BUENOS AIRES QUERIDO

Porteños.
En la obra de Claudio Larrea, los edificios “reemplazan el cuerpo del ser amado”. Buscó equilibrios, simetrías, “con ojos de enamorado”.

Bicicleta. Larrea la usó para crear. Expone en el Centro Cultural Recoleta/ Diego Waldmann
Bicicleta. Larrea la usó para crear. Expone en el Centro Cultural Recoleta/ Diego Waldmann

Hernán Firpo


¿Qué ciudad nos gusta más? ¿La del Obelisco o la Buenos Aires integrada de las redes sociales? ¿La del farolito de la calle en que nací o la de tu smartphone? ¿Ciudad porteña de mi único querer o un pasaporte de la comunidad europea?
Claudio Larrea agarró su bicicleta y sacó fotos de su propia porteñitud. Gatilló como loco.
“La fotografía digital es una droga”, dice.
Ahora, en este preciso momento, esas imágenes se están exponiendo en el Centro Cultural Recoleta. Claudio viaja y viene en bicicleta y dirige su ojo altamente refinado hacia objetivos de una metrópoli imposible de exportar. Su Buenos Aires querido, dice, también podría haber sido reflejado por Stanley Kubrick.
“No, no fijate bien, Hernán: la bicicleta sí está en la obra. Observá las circularidades retratadas y la búsqueda de equilibrio. La simetría es algo que particularmente me serena. Es como el mar: me tranquiliza, me hace sentir bien ecualizado”.
Es muy probable que Larrea haya pedaleado por la calle Larrea. Anduvo miles de kilómetros. Se había ido en el sintomático 2001 y volvió casi diez años después. Cruzó la aldea infinidad de veces y nunca se detuvo en ninguna hipervisibilidad.  Sacó alrededor de 5.000 fotos y descartó la mayoría. En su Buenos Aires secreta hay una cúpula que parece arrancada de un dibujo de Escher. Lo que dice de Kubrick viene a cuento de una distancia ascética, fugitiva. Si las perspectivas siempre dan un poco de vértigo, la simple fotografía del hall de un edificio cualquiera puede ser la antesala del infierno.
“Cuando regresé, Buenos Aires se había vuelto espantosa. Era un pop latino mal, un maxikiosco pintado con colores saturados. Yo venía de Barcelona donde la paleta de colores era más tranquila (…) Me había ido prediluviano, tras el microondas de la crisis. La sensación de regreso fue la saturación total. Esa Buenos Aires también fue retratada y el conjunto está desfigurado. Pero yo quería estar acá y entonces preferí verla con ojos de enamorado. Para no quejarme decidí empezar de nuevo y de manera más equilibrada. A mí me interesa la ciudad del orden, la de los materiales nobles, la ciudad de los artesanos que quedó como vestigio de una época de calidad”.
¿Cerrar un círculo es llegar a una meta? “Creo que la bicicleta debería formar parte de lo cotidiano, con toda la responsabilidad que eso significa. La bici no debe ser una buena posibilidad para pasar los semáforos en rojo. En Barcelona son más exigentes: hay que usar casco y no se puede andar con auriculares. Yo uso bicicleta desde los ‘80. Mi bici hindú, copia de una inglesa, una de esas bicis de paseo y con portaequipaje trasero”.
Claudio fue, volvió, probó con una Buenos Aires, no le gustó, probó con otra y terminó transformando su capital en la gigantografía de Alphaville, la película de Godard. Una sociedad del orden a la vez vanguardista y accesible. Quizás impúdicamente limpia, libre de humo y de vida humana. Tersa, frozen, escandinava.
“Hay épocas de Buenos Aires en que si mirás bien, la luz es lo más importante. La sutileza es algo que se adquiere con el tiempo”, dice. “De pronto lográs sintonizar más sutilmente y te sentís sensible”.
¿Y  dónde fue la gente?
No hay gente en mi Buenos Aires fotográfica porque considero que los edificios reemplazan el cuerpo del ser amado. Los recortes, es más, creo que son parte de ese cuerpo del ser amado.
Explicalo para principiantes.
Una medianera cualquiera pueden ser los hombros. No es que se trate de un cuerpo descuartizado: es reubicar el cuerpo del ser amado en los edificos de la ciudad.
Dijo David Byrne:
El día en que la mujer se suba a la bicicleta, el hombre la va a seguir.
El mismo Larrea acepta que las imágenes de su relevamiento urbano tienen algo del sello de ese guardián talentoso llamado Horacio Coppola: fotógrafo, argentino, discípulo de la Bauhaus.
Aclaración: si van a ver su Buenos Aires es necesario sí o sí, definitivamente, que se olviden de los conceptos patrimoniales del relato. Dicen que Larrea es un nostálgico irredento. Dicen que su trabajo es el espejo menos pensado de la ciudad autónoma y que su intención estética está bien lejos de lo decorativo. Veintiocho fotografías. Muchas en blanco y negro.
¿La obra de un misántropo?


Fuente: clarin.com

¿DEJÓ MIGUEL ÁNGEL
MENSAJES OCULTOS EN LA CAPILLA SIXTINA?

Investigación
Son varios los textos que indican que el artista italiano tuvo, en sus pinturas, una intención más allá de la estética.

Dios y la ciencia. El artista habría representado un cerebro en su gran obra de la Capilla Sixtina.
Dios y la ciencia. El artista habría representado un cerebro en su gran obra de la Capilla Sixtina.


¿Dejó Miguel Angel Buonarroti mensajes ocultos en los frescos con los que decoró la Capilla Sixtina a principios del siglo XV? ¿Se trató de una reacción del genio renacentista contra el inmenso poder que la Iglesia Católica tenía en su tiempo? ¿Intentó, tal vez, señalar al hombre como ser superior a la divinidad o a la ciencia como doctrina superior a la religión?¿Qué fue lo que trató de decirnos desde su arte? Estas son algunas de las cuestiones que el restaurador Silvio Goren trata de dilucidar en su libro Los mensajes ocultos de Miguel Ángel en el Vaticano (Editorial Autores de Argentina).
Y Goren –que entre otras cosas fue profesor de la Licenciatura en Conservación y Restauración de Bienes Culturales del Instituto Universitario Nacional del Arte– no es el único. Son varios los textos que avalan la idea de que Miguel Angel pintó en la Capilla Sixtina mucho más de lo que se puede contemplar a simple vista. Las teorías son diversas pero no contradictorias. “Miguel Angel pintó la Capilla Sixtina en el Siglo XVI, una época en que tanto la religión como la ciencia creían tener la verdad absoluta”, afirma Goren. Y desliza la idea de que quizás lo que el artista trató de decir fue que ambas, religión y ciencia, eran parte de la misma cosa: ¿El cerebro humano?
En la parte central del techo de la Capilla Sixtina, Miguel Angel pintó nueve escenas que narran el libro del Génesis. De ellas, la más conocida es La creación de Adán. La escena representa el momento exacto en que, según la tradición judeocristiana, Dios le dio vida al primer hombre.
A primera vista, Dios y Adán son los únicos personajes pero, según Goren –que se apoya en la teoría que Frank Lynn Meshberger publicó en los años 90 en el Diario de la Asociación Médica Norteamericana– hay algo oculto en la imagen: el manto que encierra la figura de Dios representa casi de forma exacta un cerebro humano, con arterias, glándulas y nervios ópticos, visto en su corte lateral.
Mientras para Meshberger esto significaría que Miguel Angel quiso indicar que Dios dotó a Adán no sólo con la vida, sino con la inteligencia, Goren suscribe esta teoría y aporta un dato. Afirma que en la figura se ve, además, un ángel triste, “la única expresión de tristeza que aparece en toda la bóveda”, afirma, “y está situado justo en la zona del cerebro que se activa cuando alguien tiene un pensamiento triste”.
¿Cómo Miguel Angel conocía tan bien la anatomía y estructura del cerebro? Biógrafos del artista, entre ellos Giorgio Vasari, hablaron de la pasión del artista por el estudio de la anatomía y de cómo, siguiendo esa inquietud, diseccionaba cadáveres a los 17 años, algo que tenía que hacer en secreto porque era una práctica condenada por la Iglesia Católica. Goren sostiene, además, que pudo haber adquirido muchos de sus conocimientos durante sus contactos con Leonardo Da Vinci.
Otra de las hipótesis que circularon es la que los expertos en neurocirugía Ian Suk y Rafael Tamargo publicaron en la revista Neurosurgery y que alude a otra de las escenas: La separación de la luz y la oscuridad. En el cuello de Dios habría una precisa representación de una médula espinal y un tallo cerebral humano. “Tal vez el artista hacía referencia a la capacidad de la ciencia de estar a la par de la religión, o incluso por encima”, fue la conclusión de los neurocirujanos. “¿Mística y espiritualidad o crítica y descreimiento? ¿Homenaje o sacrilegio?
Hay más. En la pared del altar está la escena de El juicio final. En ella, Miguel Angel pintó a todos los personajes desnudos, lo que le costó una campaña de la Iglesia para que los frescos se eliminaran –cosa que no pasó– y que lo acusaran de hereje. Todo se solucionó pintando unos “paños de la pureza”, que taparon los desnudos de los personajes y que fueron realizados por un discípulo de Miguel Angel. Estudios recientes que afirman que la intención del artista era hacer una crítica contra la doble moral de la época.
Y más. Son muchos más los mensajes que parece que dejó Miguel Angel en la Capilla Sixtina, que pareciera ser un mapa de anatomía humana y que, a simple vista no se ven.
O quizás habría que preguntarle al mismo Miguel Angel cuál fue el verdadero propósito de sus pinturas. Hipótesis, caben todas.


Fuente: clarin.com

UN TESORO DE LOS INGLESES

El Colegio St. George de Quilmes guarda en su campus una hermosa capilla centenaria, un pabellón escolar digno de cualquier condado y una idea de conjunto que es una alegría encontrar preservada.
Por Sergio Kiernan

Si un país como el nuestro es un palimpsesto, una hoja escrita y vuelta escribir hasta que el texto final es una superposición de palabras, gestos e ideas, el lector atento lo podrá entender si mira los detalles. Como un país es más que una hoja o un texto, también son los edificios y los lugares construidos los que funcionan como palabras. La suerte argentina es tener tantas de estas buenas palabras en lenguas de polacos, de gallegos e italianos, de alemanes y judíos, de franceses. Y también de los que participaron de lo que Andrew Graham-Yooll llamó “la colonia olvidada”.
En este siglo XXI, parece un sueño que en Argentina hubiera una colonia británica que fue enorme, influyente y cotidiana. Además del ferrocarril, los servicios públicos, la carne y los seguros, y la tan condenada influencia política, estos ingleses, escoceses, galeses e irlandeses vivieron entre nosotros. Por eso nuestro mapa está marcado de nombres –Claypole como Wilde, Hudson y Trevellyn, por no hablar del célebre por mal pronunciado James Craig– y por eso jugamos a tantos deportes que son, ellos también, ingleses.
Y por eso es costumbre aquí que una estación de trenes tenga el techo a dos aguas agudas, el muro de ladrillo, la galería de maderas tramadas y un aire eduardiano o victoriano. Y también que una terminal comparta, como las de Retiro, la variante clasicista a la inglesa, claramente reconocible para un argentino en cualquier parte del viejo imperio, de Johannesburgo a Sydney, de Alberta a Bombay.
Menos conocidos son ciertos artefactos arquitectónicos que se construyeron en los suburbios o en el campo, y que servían a comunidades discretas. Estos edificios no eran en rigor públicos sino pensados para sostener una identidad o formarla, y por eso eligieron un lenguaje profundamente vernacular, de lo más inglés posible. En Quilmes, en un sector que fue campo abierto y hasta hace poco era suburbio hacia la costa, se alza perfectamente conservado uno de esos conjuntos, el que forma el Colegio Saint George. Son unas cuantas hectáreas ahora rodeadas de casas, más verde, canchas y árboles que otra cosa, con una notable colección de edificios que van cubriendo el siglo XX y sus estilos. Y con un conjunto de edificios realmente únicos en Argentina.
El St. George arranca en 1898 por una necesidad muy simple de tanto estanciero, chacarero, ferroviario y comerciante inglés desparramado por el enorme país de los argentinos, el que hablaba castellano y era católico. La idea era tener una escuela que formara ingleses en su cultura y en su religión, un internado que evitara la angustia de mandar a los chicos a Gran Bretaña para verlos años después, como ocurría en la India imperial. El canon Stevenson, que ya dirigía la iglesia anglicana de Quilmes, arrancó con la idea en una quinta de ingleses.
Con lo que en 1898 empieza lo que llaman allá una escuela “pública” que, perversamente, es en realidad privada. La explicación es simple, porque esas escuelas en el Renacimiento eran públicas en el sentido de no ser canónicas, no estar afiliadas a una parroquia y enseñar algo más que teología. En el St. George de hoy se preservan algunos de los muy modestos y encantadores edificios de este comienzo, unas casitas que servían de servicios a la quinta original –perdida en un incendio– o se construyeron para alojar a los primeros alumnos.
Estas casitas son un ejemplo de integración de vernaculares muy típica. Así como existe un estilo español colonial y un francés de las Antillas, existe un estilo inglés “tropical”, el que toma materiales locales, piensa en el clima reinante y da lugar a inventos como la casa de campo australiana, con sus galerías panzonas, y a un neotudor de ventanas grandes, que te salven de la asfixia. Las casas más viejas que adornan el St. George son claramente inglesas y criollas, y uno se queda pensando si la mixtura salió así por la mezcla de diseñadores y constructores, o fue pensada de antemano. Como sea, son un encanto.
Ahí nomás está el lugar más querido del colegio, la capilla inaugurada en abril de 1914, originalmente anglicana y hoy simplemente cristiana. Los primeros alumnos del colegio iban a misa en Quilmes, donde el director Stevenson era también pastor. Para 1906, los servicios se improvisaban en el colegio mismo, pero la idea de tener capilla propia iba creciendo y en 1913 Stevenson logró poner la piedra fundamental de la capilla. Todavía se comenta lo que costó juntar los fondos en un país donde no existía –¿no existe?– la tradición de donar para este tipo de cosas. La cosa es que en abril de 1914 se consagraba el lugar.
Lo que construyó Stevenson es una pequeña iglesia con espacio para 180 personas, en planta de cruz latina y en un estilo gótico muy inglés, muy tradicional y muy tranquilo. El edificio tiene un garbo muy superior a su tamaño real gracias al maduro truco de perspectivas que crean los techos atiplados. La fachada se proyecta en un ángulo pronunciado y logra una altura suficiente para sostener tres ventanales altos y góticos. La nave central se alza también altísima por seguir el ángulo cerrado de la cumbrera, con lo que uno se encuentra con metros y metros de buena madera allá arriba y, en el exterior, un rotundo techo de tejas viejas, maceradas por el tiempo.
El frente tiene una entrada proyectada, un pórtico para salirse de la lluvia muy apto para el clima británico y sostenido ya por la necesidad de la tradición arquitectónica. Pero lo que le da real gracia a la capilla, lo que la salva de parecer una casa bien hecha adaptada a un nuevo uso, es la torre del reloj donada posteriormente por los hermanos Agar. La torre tiene una rara ochava rotada, que le da movimiento al conjunto y crea una rotunda asimetría en el frente. Además, no hay manera de no encantarse con el remate con almenas, allá arriba del reloj. Que, dicho sea de paso, funciona perfectamente.
Las naves laterales que forman la cruz salen con solvencia del cuerpo principal por otro recurso afiladísimo del vernacular inglés. De muros de idéntica altura al cuerpo principal, los laterales tienen la cumbrera un buen par de metros por debajo, con lo que ni compiten ni crean problemas estructurales de fondo. Es un caso más de la capacidad infinita de aceptar con elegancia agregados y más agregado que tiene este estilo que “ensombrera” cualquier edificio con tejados tan jugados.
El interior de la capilla fue reuniendo tesoros muy queridos por alumnos y ex alumnos, por sus significados. Hay seis vitrales recorriendo la vida de Cristo, hay cuatro ángeles de piedras de buena factura, hay seis santos y profetas de la misma mano, y hay un órgano de Plymouth que es una belleza. En dos muros hay otro artefacto imperial, éste de memoria terrible: las placas que recuerdan a los casi 500 alumnos y ex alumnos que cayeron en las dos guerras mundiales luchando por el viejo país.
Materialmente, la capilla es llamativa porque, al contrario que tantos edificios británicos, sus materiales son locales. Ciertas infraestructuras ferroviarias, como los puentes de Palermo o de Barracas, nos acostumbraron a ver la arquitectura inglesa delineada en ladrillos de un tono y una nitidez de líneas nunca repetida. Esos ladrillos eran importados, traídos absurdamente desde Gran Bretaña en verdaderas flotas. No es el caso de la capilla de San Jorge, construida con ladrillos locales –probablemente, por cercanía, los que producía Ctibor para La Plata– y con las líneas más irregulares y el color más claro de nuestra arcilla. La madera, de muebles y de estructura, es local o paraguaya.
Si se vuelve a la entrada principal del colegio desde la capilla, se pasa por una serie de viviendas y antiguos dormitorios de impecables líneas eduardianas. Sencillos, de ventanas de guillotina, dos pisos, pechos a 60 grados, chimeneas marcando el ritmo y falsos half timbers, estos edificios tienen cada uno un encantador porche de entrada, sostenidos por columnas medievalizadas y con buenas maderas. Son más vivienda que otra cosa, pero es un raro eco de Lutyens entre nosotros.
Pero el premio está en el edificio junto a la entrada, el mayor y más impactante, y el único con firma de arquitecto famoso. El hall de la escuela primaria fue construido y diseñado en 1929 por Sydney G. Follett, un inglés buen mozo y simpático que fue uno de los tres arquitectos de la estación Mitre de Retiro, se fue quedando construyendo bellezas por aquí y por allá, y se dio el gusto de crear este pabellón como si todavía estuviera en las Midlands.
El hall fue originalmente un dormitorio, es hoy un conjunto de aulas y, paradójicamente, está en obra para volver a ser dormitorio, ya que cada vez más familias piden internados. Largo y sombrerudo, con techumbres de gran superficie, el conjunto gana ritmo por los extremos más anchos que el centro, formando plantas cuadradas, y por los detalles de chimeneas dobles, un dormer protuberante y un jardín de invierno de pequeño tamaño. La entrada es señalada por un quiebre en el agua principal que forma un tímpano donde se protege una placa con el año de inauguración, por un portal con columnas que sostienen un balcón oval y por una coqueta torre de reloj que remata un poquito a la Hawksmore y sostiene una veleta. Los muros son revocados a la gruesa, muy rusticados, y el ladrillo asoma sólo encima de las ventanas y en una línea continua marcando las plantas todo a lo largo del frente.
En los interiores se puede ver la idea de orden escolar de la época, poco superada hasta ahora. Las aulas se abren a un amplio pasillo central, lo que permite que todas tengan luz y miran a algún sector del parque. En cada extremo hay una escalera y en el centro, frente a la entrada, hay una mayor. El hall preserva una alegre cantidad de elementos originales, de los pavimentos a las rejas de herrería, de las maderas a los matafuegos de bronce, hoy puestos como adorno. En el St. George prometen que la intervención será mínima y respetuosa de la tradición y la fábrica del lugar.
El resto del campus depara sorpresas como una casa –este tipo de colegios abunda en residencias para sus profesores– neogeorgiana de líneas depuradas, muy modernas, y edificios de enladrillado a la americana pensados en ese modernismo clasicista de los años cincuenta. Es un estilo raro por aquí, con un ejemplo notable en el Instituto Evangélico Americano de Simbrón al 3000, en Villa del Parque. El contraste entre los edificios originales y los realizados en el modernismo actual es vívido, por decirlo cortésmente.
Pero nada puede llegarle al poder de encontrarse con los conjuntos del St. George, bien conservados y en su entorno original, con los prados y las arboledas que los contienen, los esconden y los demarcan. Es un raro placer que hasta trasciende ver la gema de capilla que le dedicaron al santo patrón de Inglaterra.


Fuente: pagina112.com.ar

My old Prep School. It looks exactly as I remember it. The window of my bedroom is just out of sight, top floor, on the left. We had some extraordinary teachers in that mini, almost self sufficient world. Mr. Cordon, O.B.E. the headmaster, was a bachelor. Impeccable always. John Gielgud could have played him. Very keen on algebra, history, poetry. He wrote verses on the blackboard and showed us how to scan them and notice the rhythm. He played the violin. His beautiful calligraphy was something to behold. When he erased his scribblings on the blackboard we children sometimes said "nooo...Sir!!!" they looked so good. No smiles but a great sense of humor. Once, after a pillow and sock ball fight in my bedroom, one of the sock balls flew out of the louvered windows into the hallway. As the culprit rushed to the door to retrieve it, the door opened and in walked Mr. Cordon, with one sock over his left shoulder, the other over the right shoulder, as serious as a statue.

                                                                                                       Edgardo C. Krebs,
                                                                                         Ex-alumno del St. George's College
   

LAS SALAS DEL MAR
SE COLOREAN DE ANHELOS DE UN FUTURO MEJOR

Con Horizontes de Deseo, el museo marplatense abre su segunda temporada de arte y reflexión en tiempos de playa
Miles de cintas de colores como deseos en la obra de la brasileña Rivane Neuenschwander  Foto: Mara Sosti
Miles de cintas de colores como deseos en la obra de la brasileña Rivane Neuenschwander. Foto: Mara Sosti

Darío Palavecino

MAR DEL PLATA.- La cinta roja es una de miles que penden en la pared de la Sala 1, en el primer piso. "Deseo nunca perder la capacidad de desear", dice la ínfima pieza que cual pincelada forma parte del verdadero arco iris de colores y mensajes que es la obra de la brasileña Rivane Neuenschwander. Y resume en buena medida el espíritu de la nueva apuesta con la que el Museo de Arte Contemporáneo (MAR) inicia la temporada estival: Horizontes de Deseo se titula la tercera muestra de este espacio que anteayer cumplió su primer año con puertas abiertas.
Récord de público en las dos propuestas anteriores, con marcas indelebles en la historia y un dorado y gigante lobo de mar que Marta Minujín dejó como legado en el playón de acceso, el MAR se nutre otra vez de artistas argentinos y del exterior. Con ese sello de unir épocas distantes y estilos bien distintos, desde los óleos de Benito Quinquela Martín hasta "Poemas de almohadas" de Diana Aisemberg, una enorme pizarra que invita a participar, tiza de por medio, con una frase que resuma anhelos con ansias de realidad.
Horizontes de Deseo quedó habilitada ayer. "Hemos buscado unir lo excelso del arte con la reflexión, el juego que tanto tiene de artístico con el pensamiento profundo de quiénes somos", señaló Jorge Telerman, titular del Instituto Cultural, acompañado del gobernador Daniel Scioli.
Como ya ocurrió con El Espíritu Pop y El Museo de los Mundos Imaginarios, esta nueva exposición tiene como curador a Rodrigo Alonso. "Son obras que imaginan futuros posibles, pero que también exhiben el fruto de ideales cumplidos", resume.
Tres salas están atravesadas por el eje Desear-Proyectar-Construir-Transformar. El hall central de planta baja, que había sido exclusividad de Edgardo Giménez en las dos muestras anteriores, esta vez es de la obra Normal, de Martín Huberman, que con miles de broches de madera coloreados pende desde las alturas.
Neuenschwander y Aisemberg juegan como ningún otro con los deseos, alma y motor de esta muestra. Comparte con originales de los proyectos arquitectónicos de Amancio Williams, que conviven con una maqueta a escala de su Casa del Puente, joya del arte moderno.
En la Sala 2 la variedad atrapa y sorprende. Allí están los cuatro óleos de Quinquela Martín que llegaron a Mar del Plata: Fundición de hélices, Imágenes del crepúsculo, Arroyo Sarandí yMotivo de puerto. La Sala de espera de Ferrobaires fue de lo más comentado en la inauguración: instalación de Agrupación Boletos Tipo Edmonson (ABTE), se nutre de imágenes y piezas que aluden a Constitución Estación Norte.
Los paisajes del deseo se adueñan de la sala 3 con Charly Nijensohn, Nicolás Trombetta y Mariana Tellería. Allí asoma el criterio de monumentalidad y, como en toda la muestra, esa vocación de cambiar la realidad.


Fuente: lanacion.com

EL "PALACIO" DE NATALIO BOTANA

Secreta Buenos Aires. 
 
Está sobre la Avenida de Mayo y fue inaugurado en 1927 como sede del popular diario “Crítica”. Tenía gimnasio y peluquería.

Fachada del diario Critica de Natalio Botana (Luciano Thieberger)
   Fachada del diario Critica de Natalio Botana (Luciano Thieberger)

Por Eduardo Parise


Ahora es una dependencia de la Policía Federal. Pero sus paredes guardan los ecos del eco de la voz de gente valiosa en la cultura de la Ciudad y del país. ¿Qué gente? La lista puede ser interminable, pero se puede citar a Ulyses Petit de Murat, Jorge Luis Borges, Roberto Arlt, Conrado Nalé Roxlo, los hermanos Raúl y Enrique González Tuñón, Homero Manzi, César Tiempo y Francisco Loiácono, un hombre que empezó como ascensorista y en poco tiempo se convirtió en periodista y figura de la noche y el tango. El edificio está entreverado en medio de la rica arquitectura de la Avenida de Mayo, es un símbolo de lo que los especialistas llaman Art Deco y fue creado en 1926 como sede de Crítica, aquel diario fundado en 1913 por el uruguayo Natalio Félix Botana Miralles, que llegó a vender más de 300.000 ejemplares por día.
Lo inauguraron en septiembre de 1927 y su entrada principal está en el 1333 de la Avenida de Mayo, aunque también tiene acceso por Rivadavia 1330. Son siete pisos y la superficie construida ocupa más de 1.000 metros cuadrados. La obra fue pensada por los hermanos Jorge y Andrés Kalnay, dos arquitectos de origen húngaro que llegaron a Buenos Aires en 1920, cuando el barco al que subieron en Nápoles, creyendo que los llevaría a Estados Unidos, atracó en San Nicolás, a unos kilómetros de esta Ciudad en la que luego desarrollarían su talento. Dicen que Jorge proyectó el gran diseño y que Andrés aportó su creatividad para la espectacular fachada.
Lo cierto es que esa construcción fue desarrollada con un criterio moderno para los cánones de aquel tiempo. Y algunos afirman que la intención era hacer un contrapunto con el edificio del diario La Prensa, de estilo más clásico, que estaba a metros de Plaza de Mayo. En la planta baja del edificio de los Kalnay, de mayor altura que las demás, estaban las rotativas. Luego, en el primer nivel, se ubicaban los salones del directorio y en el siguiente la oficina de Botana, la biblioteca, el archivo y el salón de actos. En los otros pisos estaban las áreas de redacción, así como la administración y servicios complementarios tales como gimnasio, peluquería y un gran comedor. Hacia la calle Rivadavia se encontraban sectores públicos con consultorios médicos y jurídicos y hasta una biblioteca infantil. Eran de uso gratuito. Esto tenía relación con el criterio de Botana quien decía que ese “palacio” debía servir también para la gente común.
Tanto en el interior como en la lujosa fachada, se destacan figuras aztecas, incaicas y de origen precolombino. Se nota en las grandes estatuas que flanquean el imponente ventanal del frente y también en algunos pisos decorados con figuras del calendario azteca y de la Puerta del Sol de Tiahuanaco. Además, todo el interior estaba decorado con materiales de calidad como mármoles y maderas nobles. Y para remarcar su criterio moderno, el edificio tenía hasta un sistema para la detección y extinción automática de incendios. También se destacaban las gruesas puertas corredizas, hechas en bronce: dicen que evitaron alguna vez que el edificio fuera saqueado por cuestiones políticas.
Natalio Botana murió en 1941, tras un accidente automovilístico en Jujuy. Fue cuando su Rolls Royce cayó por un barranco. Tenía apenas 52 años. Desde aquel momento Crítica ya no fue lo que era. En medio de altibajos duró hasta 1962. De todas maneras quedó aquel “palacio” que él había soñado para ponerlo al servicio del pueblo, como repetía. Lo que también se mantuvo fue el prestigio de los hermanos Kalnay, quienes siguieron pensando y desarrollando otras construcciones que se destacaron y se destacan en la Ciudad. Como ejemplo se puede mencionar a otro “palacio” creado por Jorge Kalnay. Se denomina el Palacio de los Deportes y ocupa la manzana de las calles Lavalle y Azopardo y las avenidas Corrientes y Eduardo Madero. Para la gente es, simplemente, el Luna Park, monumento histórico nacional desde 2007.
Pero esa es otra historia.


Fuente: clarin.com