MADRE (LITERARIA) HAY MÁS DE UNA:
CÓMO LOS ARGENTINOS NARRAN A MAMÁ

Una figura que está cambiando en los textos de los escritores actuales.
Sensuales, tiernas, protectoras, crueles, militantes y prostitutas.
Las madres de los libros, reales o de ficción.


Un salón que de pronto se embellece para la ceremonia de mirarte pasar / rodeada por un halo de orgullosa ternura,/ un lecho donde vuelves de la muerte sólo por no dolernos demasiado”, escribió Olga Orozco en el poema “Si me puedes mirar”, que le dedicó a su madre. “Mi madre era una muchacha muy bella y voluptuosamente delicada; aun cuando pasáramos la vida que vivimos en una casi absoluta soledad, tenía un modo extraordinariamente sensual de ser para sí y, claro, ahí estaba yo con mis siete años, también para mí”, dice la novela Una muchacha muy bella, de Julián López, apenas empieza. “Mamá, tanto que hemos peleado y nos hemos querido, que después de que te fuiste yo pensaba ¿cómo puede ser que todo eso que existió no exista más y que ahora ella ignore todo lo que me pasa, que dé lo mismo blanco que negro?”, empieza el cuento “Querida mamá”, de Hebe Uhart. “Mami, hoy a la vuelta del cine vamos a ver las vidrieras ¿me jurás que sí? Un rato largo en la vidriera de la juguetería con la vaquita pintada en madera y un árbol de alambre, las casitas de cartón feas más baratas porque la Felisa se va a atrasar con la cena y no va a estar lista”, le insiste Toto a Mita, los personajes que Manuel Puig inventó en La traición de Rita Hayworth para hablar de él y de Male, su mamá.
Es que madre, en literatura, no hay una sola.
Están estas madres, y también está la que, obligada por su familia, viene desde España a la Argentina del primer peronismo. Jorge Fernández Díaz la describe en su libro Mamá: “… era justamente nadie entre seiscientos, apenas una pueblerina de quince años que lo ignoraba todo, y que esperaba en la cubierta que el barco no llegara nunca a ningún puerto”.
Están las que inspiraron versos no sólo de Orozco, sino de Silvina Ocampo, Alfonsina Storni, Alberto Girri y Olegario Víctor Andrade que María Elena Walsh compiló en el libro A la madre, de 1981, en el que escribió: “La madre, al menos en la poesía argentina, tiene espaciosa y bien amueblada residencia”.
Está Doña Paula, a quien Sarmiento exalta en su autobiografía Recuerdos de provincia al decir:  “la madre es para el hombre la personificación de la providencia, es la tierra viviente a que se adhiere el corazón, como las raíces al suelo”: de semejante creadora cabe esperar un padre de la Patria, ese destino que el sanjuanino construía para sí mismo.
Está la que atraviesa la historia en el cuento “La mamá de Ernesto”, de Abelardo Castillo, y está la madre del protagonista de “Irlandeses detrás de un gato”, de Rodolfo Walsh: las dos tienen hijos, las dos son prostitutas y las dos fueron inventadas después de que Eva Perón partiera la escena política argentina al medio y se convirtiera para unos en una madre protectora y, para otros, en una puta.
“Es una madre recreada pero está basada en la real, a la que le cuento lo que se vive después de que ya no está”, dice Uhart sobre su “Querida mamá”. Para la autora, “una vez que se resuelve escribir, se resuelve mostrar”, no importa si se narra un escenario distante o la relación con alguien tan cercano como una madre.
Sobre las cuentas que se saldan al escribir sobre ese vínculo, López, cuya madre murió cuando él tenía diez años, reflexiona: “Haber escrito es una verdadera fortuna porque cuando queda todo por decir, no está mal prometerse un libro”. Aunque, dice el autor, “toda escritura es traición, sacar del secreto”.
“Narrar a la madre es uno de los mayores desafíos para un escritor. Debe navegar a dos aguas, entre convalidar su relato oficial y cuestionarlo, y lograr que de esa tensión surjan sentimientos cercanos y tremendos sin caer en el sentimentalismo. Caminar ese filo de la navaja y salir ileso”, cuenta Fernández Díaz, que para Mamá entrevistó a la suya durante unas cincuenta horas: “Nos reíamos y llorábamos”.
A pesar de los ejemplos, históricamente las madres no fueron las grandes protagonistas de la literatura argentina. La crítica literaria Nora Domínguez, que dirige el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, publicó en 2007 el libro de De dónde vienen los niños: “En esa investigación encontré que la madre como figura privilegiada estaba bastante ausente en la literatura argentina. Sí aparece en memorias, autobiografías o poesía intimista, pero su voz en primera persona era aún más escasa”, explica en diálogo con Clarín. Pero matiza: “En las últimas décadas esta situación cambió tal vez por diferentes razones: aparece una voz de madre habilitada para hablar en primera persona en la plaza pública; hay una mayor cantidad de escritoras indagando esa zona de amor-odio; un desarrollo de lo que se llamó “el giro intimista de la literatura”. El surgimiento de los de relatos de hijos e hijas de desaparecidos es un dato importante, son relatos que exploran esas historias faltantes”.
Madre, entonces, no hay una sola: hay tantas como autores que jueguen a recrear a la mujer que los inventó. “Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros”, dijo alguna vez Jean-Paul Sartre. A veces, lo que hacemos es un libro.


BORGES: "AQUÍ ESTAMOS HABLANDO DE LOS DOS, EL RESTO ES LITERATURA"

El escritor le dedicó sus Obras Completas a su madre.  Tenían un vínculo intenso.

Borges y su madre,
Borges y su madre.

Jorge Luis Borges tuvo una relación intensa con su madre, Leonor Rita Acevedo Suárez de Borges, con quien vivió hasta los 68, cuando se casó con Elsa Astete, aunque el matrimonio duraría poco.
En 1948, cuando gobernaba Juan Domingo Perón, la madre y la hermana fueron detenidas tras gritar contra el presidente. Leonor tuvo que cumplir prisión domiciliaria.
Leonor murió en 1975. Un año antes, en sus obras completas, su hijo le dedicó una conmovedora dedicatoria.

A Leonor Acevedo de Borges

Quiero dejar escrita una confesión, que a un tiempo será íntima y general, ya que las cosas que le ocurren a un hombre les ocurren a todos. Estoy hablando de algo ya remoto y perdido, los días de mi santo, los más antiguos. Yo recibía regalos y yo pensaba que no era más que un chico y que no había hecho nada, absolutamente nada, para merecerlos. Por supuesto, nunca lo dije; la niñez es tímida.
Desde entonces me has dado tantas cosas y son tantos los años y los recuerdos. Padre, Norah, los abuelos, tu memoria y en ella la memoria de los mayores —los patios, los esclavos, el aguatero, la carga de los húsares del Perú y el oprobio de Rosas—, tu prisión valerosa, cuando tantos hombres callábamos, las mañanas del Paso del Molino, de Ginebra y de Austin, las compartidas claridades y sombras, tu fresca ancianidad, tu amor a Dickens y a Eça de Queiroz, Madre, vos misma.
Aquí estamos hablando de los dos, et tout le reste est littérature, como escribió, con excelente literatura, Verlaine.


Fuente: clarin.com

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