JOAN MIRÓ, EL ASTRONAUTA PLÁSTICO

A 30 años de su muerte, que se cumplen el miércoles, un asteroide llevará su nombre. "Aunque es un artista contemporáneo, su visión universal y su dimensión internacional le colocan entre los clásicos", dice Rosa Malet, directora de la fundación que creó el artista. 
LA MASIA. Óleo pintado en 1922 por Joan Miró, del cual Hemingway, su comprador, decía: "No lo cambio por ningún otro cuadro en el mundo"


Viajó con su obra a galaxias desconocidas pero nunca imaginó que uno de esos astros, el asteroide 4329, llevaría su nombre: Joan Miró. La decisión fue tomada hace unos días por la Unión Internacional Astronómica, a petición de la Fundación que él mismo había creado, que destacó la importancia de los astros en la obra del artista. En el 30 aniversario de su muerte, que se celebra este miércoles, el artista español, le dará su nombre al asteroide.
Miró (Barcelona, 1893 - Palma de Mallorca, 1983) fue un "astronauta" plástico. Poeta y evocador, se fijó en lo inmediato, lo proyectó en lo lejano y creó un lenguaje propio y sin etiquetas. Pero siempre con los pies en la tierra. "Era una persona muy ordenada, muy bien organizada. Cada día se levantaba temprano y bajaba a su taller a trabajar", explica a dpa Rosa Maria Malet, directora de la fundación que creó el artista en 1975 en Barcelona y que lleva su nombre.
"Su método y su orden lo hemos comprobado a través de los dibujos preparatorios de su pintura, que conservó a lo largo de toda su vida. Sus notas y sus bocetos estaban sumamente ordenados y en unas condiciones que actualmente permiten tener conocimiento de su método de trabajo, del proceso de realización de sus obras", asegura.
El universo que Miró esbozó, y que hoy está presente en museos y espacios públicos de todo el mundo, era "una forma de evocar aquello que, por inalcanzable, resulta más poético". Treinta años después de su muerte, su obra es una de las más "identificables" en la historia del arte. Y más allá de esa primera impresión, un tanto superficial, destapa conceptos que traspasan lo plástico y forman parte de un imaginario universal.
¿Qué queda en la obra de Miró de aquel París bohemio que habitó en los años 20? "Queda, sobre todo, la poesía", responde la directora de la Fundación Joan Miró. El artista llegó a la capital francesa en 1920, en plena efervescencia del movimiento surrealista. A través de su vecino de taller, André Masson, conoció a los escritores de vanguardia del momento, como Michel Leiris o André Breton. "Lee su poesía y manifiesta que con su obra quiere llegar a lo más íntimo del público, como los poetas lo consiguen a través de sus versos", asegura Malet, quien se ha dedicado a estudiar la obra del artista durante años.
El contacto con el surrealismo lo lleva a adoptar un vocabulario particular que deriva en buena parte de las lecturas poéticas del momento. De esa etapa es la conocida pintura "El carnaval del arlequín".
De "La masía", obra que le compró Hemingway y en la que ahonda en sus orígenes y retrata el mundo rural, pasa años después a las "Constelaciones", una serie de 23 pinturas que comienza poco antes de estallar la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y que culmina al huir de Francia, tras la invasión del país por las tropas alemanas. "Las 'Constelaciones' son una escapada al sublime. Son una ida hacia la energía. Hacia el universo. Son una puerta para irse de una guerra circunstancial, de un genocidio, de una brutalidad, de una tontería", dijo en una ocasión su nieto, Joan Punyet.
Miró dio sus primeros pasos artísticos a los 14 años, cuando se inscribió en la Escuela Superior de Artes Industriales y Bellas Artes de Barcelona, mientras estudiaba Comercio por el empeño de su padre, un herrero que quería que su hijo fuera "un hombre de provecho".
Si sus inicios están intrínsecamente unidos al movimiento abanderado por André Bretón, incluso con la firma del conocido "Manifiesto surrealista", su carácter apolítico y las circunstancias del momento le llevan por otros caminos.
Miró volvió a España en 1940 pero siguió viajando a Francia. Su relación con el régimen del dictador Francisco Franco (1939-1975), que condenó a muchos artistas al exilio, fue nula. Nunca se exilió. Pero su obra no fue expuesta de forma oficial en Madrid hasta 1978, ya muerto Franco y después de triunfar en Estados Unidos y Japón.
Nunca aireó sus ideas políticas, pero es conocido "su gran sentido de la honestidad y su coherencia", explica Malet. "Tenía una clara estima por su tierra, Cataluña". También por la cultura y la justicia social. "Lo vemos en los carteles que realiza para dar soporte a estos temas", especifica la directora de la Fundación.
Ahora, sus mosaicos y esculturas están en ciudades como Chicago, París, Madrid o Barcelona. El 30 aniversario de su muerte coincide con un año marcado por el auge del movimiento surrealista y el éxito de exposiciones como la de Dalí, que contabilizó un récord de visitas -más de 730.000- en el Museo Reina Sofía de Madrid.
¿Era consciente Miró de la repercusión de su obra? "No sé hasta qué punto", reflexiona Malet. "Es verdad que vio un gran reconocimiento en la exposición del Moma, en Nueva York, y, después, en su primera muestra en Osaka (Japón). Eso tiene que ser un motivo de alegría y satisfacción", agrega.
En una de sus anotaciones, Miró dice que quiere ir más allá de la pintura de caballete. Piensa en hacer arte público. En no quedar relegado a la pintura colgada de una chimenea de un salón. Lo logró: "Aunque es un artista contemporáneo, su visión universal y su dimensión internacional le colocan entre los clásicos", dice Malet.

Fuente: Revista Ñ Clarín / DPA

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