"EL ARTE CONTEMPORÁNEO PREFIERE LO EXTREMO, LO FEO, INCLUSO EL ASCO"

El arte es siempre síntoma de época, dice la experta. En la nuestra no podría representar sino la desmesura, los excesos, la necesidad de desacomodar al espectador.
Elena Oliveras

Por Claudio Martyniuk

 

El arte contemporáneo cultiva la inquietud, traspasa límites y acoge lo que no tiene forma ni medida, lo monstruoso y el dolor. Quizás para sacudir indiferencia, o intensificar la existencia, el arte exhibe lo extremo, rebasando lo bello. Elena Oliveras, profesora de Estética y miembro de la Academia Nacional de Bellas Artes, así lo plantea: “¿Cuál es la medida de una deformidad? La belleza, en cambio, admite cifras, por ejemplo, para el cuerpo femenino: 90-60-90”.
¿Qué implica que el arte contemporáneo cultive una estética de lo extremo?

Implica una ruptura del paradigma estético tradicional, una puesta en cuestión de sus presupuestos básicos, como el de la representación. Sin embargo, desde las estéticas de lo extremo preguntamos si la representación del dolor extremo –la herida inconmensurable de una masacre, por ejemplo- es posible o si traiciona lo acontecido.
¿Cómo esa herida no sería traicionada?

No se la traicionaría en la medida en que exista algún resquicio para transformar la angustia, el dolor y la impotencia silenciosa en conciencia transformadora.
¿Qué papel cumple lo “no bello” en el arte?

En nuestra época, las estéticas de lo extremo, al incluir no sólo lo feo sino el asco, tiran por la borda los preconceptos que los excluyen del campo del arte. Lo feo sí era aceptable en el paradigma estético tradicional, pero no el asco porque lo representado produciría el mismo efecto que produce lo que se representa. Produciría también asco, es decir que no se lograría la distancia estética.

¿Podría dar un ejemplo?

Claro. No fueron pocos los que cuestionaron la adjudicación del Premio Petrobras 2011 a Carlos Herrera, quien colocó en el piso una escultura / objeto que incluía calamares en descomposición. El olor nauseabundo hacía que la obra, a su modo, ocupara “más espacio” al pasar los días.
¿Qué efecto estético estaría aquí en juego?

Estas obras extremizan, perforan el límite de lo aceptado como arte, aunque tenemos que tener en cuenta que lo extremo de hoy seguramente será la norma del mañana.

¿Cómo acercarnos a lo extremo?

Para un ser vivo, la situación extrema por excelencia es la muerte. Es un límite que exige respeto, reserva, intimidad. Sin embargo, ese bastión de lo privado se hace público por obra de los medios de comunicación. Y esta explosión de lo privado en lo público también se canaliza en el arte. Por ejemplo, el argentino Martín Weber exhibe las imágenes recibidas vía Skype de los últimos momentos de vida de su padre contrastando el trato amoroso de la familia con la manipulación posterior del cadáver. La mexicana Teresa Margolles exhibe cadáveres sin identificar para denunciar la violencia del narcotráfico en México, mientras que el colombiano Rosenberg Sandoval utiliza materiales no convencionales tales como fluidos corporales, partes de cuerpos, sangre, semen, vellos, suciedad y vísceras.
Parecen límites infranqueables. ¿Se puede ir todavía más allá?

La máxima expresión de lo extremo sería la posible muerte “en vivo y en directo” del artista. La encontramos en la conferencia- performance Autosabotaje de la artista cubana Tania Bruguera, cuando, en un momento de la acción, colocó un revólver sobre su sien y disparó jugando a la ruleta rusa. Tuvo la suerte de contar con un final feliz, pero hubiera podido perder la vida.
¿Por qué llegó a este extremo?

Según la artista cubana, en la actual circunstancia histórica es un deber de los artistas traspasar el plano de la representación y pasar a la acción, comprometiendo el propio cuerpo hasta sus últimas consecuencias.
El extremo estético, ¿puede ser minimalista?

Sí, las estéticas de lo extremo no sólo consideran las manifestaciones maximalistas sino también las minimalistas, no sólo las del grito sino también las del silencio. Entre estas últimas se cuentan las propuestas que valorizan el vacío, la oscuridad y el vapor. Por ejemplo, la Bienal de San Pablo de 2008 fue conocida –y no siempre en el mejor sentido- como “Bienal del vacío”. Su curador, Ivo Mesquita, dejó vacío el piso principal del pabellón donde se desarrollaba el evento. Su posición resultó polémica e irritante. Ocupó, como curador, el lugar del artista para exponer su discurso curatorial. Mesquita –que eligió el tema de las bienales como tesis de doctorado — centraliza ahora la pregunta: ¿las bienales deben mostrar muchas obras para ser buenas?, ¿a quiénes están destinadas?, ¿deben ser “para todos”?
¿Qué otros vacíos, menos literales, se han explorado?

Otra forma de vacío es la oscuridad, tal como la ejercitan el argentino Ernesto Ballesteros y los chilenos Beatriz Leyton y Alfredo Jaar. La oscuridad es, visualmente, un vacío de objetos mientras que el vapor, por su aspecto casi inmaterial, es percibido también como vacío. Así opera en las instalaciones de la artista Teresa Margolles en las que el vapor proviene del agua que lavó cadáveres. El cuerpo muerto –leitmotiv de su obra- alcanza al olfato y a la piel del espectador, por lo cual éste era advertido de la posible situación desagradable antes de entrar en la sala de exposición. En el libro de registros de la galería que presentó la instalación quedó documentada la visita de la reconocida ensayista norteamericana Susan Sontag, quien confesó que en esa oportunidad había “tocado” la muerte, la había “respirado”, una situación que la involucraba directamente al estar pasando por una etapa de recrudecimiento del cáncer que la afectaba y que terminó con su vida.
¿Y el arte conceptual también implica lo extremo?

Comencemos por el caso de la Invisible Sculpture de Oldenburg (1967), un ejemplo de vacío de materia y de forma. Oldenburg pidió a un grupo de sepultureros que cavaran en el Central Park de Nueva York, detrás del Museo Metropolitano, una especie de tumba, la que casi inmediatamente fue rellenada. Lo que él hizo, en este ejemplo de land art , fue des-definir la escultura con una “anti-escultura” en la que ponía en juego el concepto tradicional de “bulto” y eso era lo importante: presentar un pensamiento cuestionador del paradigma tradicional basado en el presupuesto de la visibilidad.

¿Hay ejemplos de esta línea de intervención en nuestro país?

En el arte argentino también tenemos interesantes ejemplos. Un caso extremo de invisibilidad fue Happening para un jabalí difunto (1966) de Raúl Escari, Eduardo Costa y Roberto Jacoby. El happening como ob-jectum (objeto enfrentado a nosotros) nunca se dio. Consistió en la información sobre el mismo dada por los medios; lo que “se exhibió” fue un pensamiento que resaltaba un lema de McLuhan: “el medio es el mensaje”. Años después, en 1989, Federico Peralta Ramos presentó como “obra” una sala completamente desocupada de la galería Altos de Sarmiento. El día de la inauguración anunció: “Señores, ésta es mi exposición. El arte son ustedes. Ustedes son mi obra de arte”. Subrayaba un concepto derivado de la práctica de Marcel Duchamp: “son los espectadores los que hacen la obra de arte”.
¿Acaso, entonces, el objeto extremo sea el pensamiento?

Lo que el arte conceptual pone de manifiesto es, precisamente, el hecho de que toda obra de arte es pensamiento, “cosa mental”, afirmaba Leonardo. Se suele decir que después de Duchamp todo arte es conceptual en la medida en que se pierde con él la ingenuidad de pensar que sólo apela a los sentidos. Y la ingenuidad, como la virginidad, una vez que se pierde, no tiene retorno.
¿En qué sentidos la estética de lo extremo es síntoma de nuestra época?

El arte es un modo de hacer mundo, en el sentido de hacerlo visible, de mostrarlo con la mayor lucidez y las obras auténticas no pueden sino mostrar su presente. Son síntomas de su tiempo. Me gusta la palabra síntoma –más que signo- porque revela una conexión necesaria, no arbitraria, con el referente “mundo”. Las obras “extremas” son “síntomas de nuestra época” en tanto exteriorizan sus rasgos característicos: los excesos de todo tipo, las sensaciones fuertes, lo moralmente inadmisible, la pornografía dura. Es obvio que no estamos en tiempos de mesura sino de desmesura, hybris . La violencia y la inseguridad estuvieron siempre, pero hoy las sentimos como extremas. La existencia se extremiza en el aislamiento y la depresión, en el consumo y el hedonismo.
Ese extremo, ¿no se hace mercancía?

Destacar lo extremo hace al éxito, es objeto de deseo, por eso el marketing y la publicidad lo enfatizan y, así, “extremo” es el nombre de un desodorante y de un modelo de automóvil todo terreno.
Esta estética que sobrevuela el arte contemporáneo, ¿es elitista, excluyente, para iniciados?

Existe un arte popular que llega a todos y tiene un nivel tan alto como el “arte de iniciados”. Es, para dar un ejemplo, la música que suena en nuestros oídos desde que somos niños. Por eso se dice: “música del hogar, música popular”. Pero hay otro hecho, y aunque no me guste debo decirlo. El arte contemporáneo -que en su mayor parte rompe el paradigma tradicional- no es para todos. ¿Acaso todos perciben que las latas Merde de artista de Piero Manzoni (que contienen excrementos en su interior y se venden según el peso al valor del dólar del día) son obras de arte? Y a casi un siglo del mingitorio de Duchamp ¿cuántos son los que piensan aún que es “cualquier cosa”? Hoy no todo se dirime en lo sensible o en la tranquila contemplación. Por su estado conceptual, el arte necesita de ciertas competencias del espectador. Hace falta conocimiento e investigación, un esfuerzo similar al que demandaría el discurso filosófico o científico. Y no podemos pedir al artista que baje el nivel de su obra para hacerla comprensible sino que debemos exigir a los que nos gobiernan que eleven el nivel educativo para que todos puedan apreciar las formas hoy “impopulares” del arte contemporáneo, incluidas las variantes de las estéticas de lo extremo. Por eso es muy importante que la formación en arte se inicie en la niñez.

Copyright Clarín, 2013.

Ante el horror: apostar al shock o buscar la justa distancia










Sobre la posibilidad de que el horror sea extremo, Elena Oliveras afirma: “Si la presentación del horror surge del pensamiento coherente del artista y despierta la conciencia del espectador para que vea lo que habitualmente no ve, estaríamos ante un hecho justificado. Pero hay presuntos artistas que –impermeables a una sensualidad inteligente- buscan sólo el efecto, el shock de un parque de diversiones. Son oportunistas que apuestan a la duración corta, no a la duración larga propia del arte. El drama de las obras que muestran el horror es que pueden generar sentimientos contradictorios. Al tiempo que atraen la mirada, estetizando el contenido, nos alejan de la existencia real de lo representado. Pero aun así los artistas siguen creyendo en la posibilidad de lograr la justa distancia para que el pensamiento sea posible. Y esto porque visibilizar sería, entonces, no sólo un hecho estético, sino también ético y político.” Para Oliveras, el extremo es híbrido: “El límite entre lo humano y la máquina pasa a ser, con las innovaciones de la era electrónica, difuso. El problema del cuerpo – máquina es abordado por artistas de todo el mundo, desde el australiano Sterlac a la argentina Nicola Costantino. Recordemos sus cerdos prensados en esferas (Chanchobolas), sus réplicas de nonatos y sus videos con dobles maquínicos.”

Fuente texto: clarin.com

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