INVESTIGAN EL ORIGEN DE LAS 1.500 OBRAS DE ARTE ROBADAS POR EL NAZISMO

El gobierno alemán avanza en la identificación de los cuadros que se hallaron en Munich. Algunos son de Picasso, Matisse y Chagall.
El lugar. El edificio donde un anciano escondió las obras por décadas. /AP
Berlín. AFP y AP

Las autoridades alemanas enfrentan una tarea titánica: establecer el origen de 1.500 obras de artistas como Pablo Picasso, Henri Matisse o Marc Chagall –muchas de ellas expoliadas a judíos por el nazismo–, halladas en un departamento lleno de basura en Munich.
El gobierno alemán reconoció ayer que sabía “desde hacía varios meses” del descubrimiento hecho por la aduana en 2011 y que el domingo fue revelado por el semanario Focus. La investigación está a cargo de la fiscalía de la ciudad de Augsburgo, que anunció una conferencia de prensa para hoy.
“Creo que es el mayor descubrimiento de cuadros robados en el marco del Holocausto desde hace años, aunque sea una fracción ínfima del número de obras que buscamos”, dijo Julian Radcliffe, presidente del Registro de Obras de Arte Perdidas, de Londres.
Focus estimó el valor total de los 1.500 dibujos, bocetos y cuadros en 1.300 millones de dólares. Pero los especialistas piden cautela. Christoph Zuschlag, un experto en “arte degenerado” de la Universidad de Coblenza, advirtió que no se debe sobreestimar el valor de la colección antes de revisarla cuidadosamente.
La sustracción. Soldados alemanes retiran cuadros en la Segunda Guerra.
“Necesitamos ver si eran originales o serigrafías”, dijo. Es que de las piezas de “arte degenerado” confiscadas de museos alemanes en 1937 o poco después, sólo un tercio fueron originales.
Los aduaneros alemanes encontraron, a principios de 2011, esos dibujos y cuadros en un apartamento de Munich donde se amontonaba la basura y había latas de conservas que llevaban vencidas hace casi 30 años. La propiedad pertenecía a Cornelius Gurlitt. El hombre, de unos 80 años, llamó la atención de los agentes de aduana cuando en septiembre de 2010 le encontraron 9.000 euros en efectivo en un control de rutina. Aunque llevar esa suma no sea ilegal, los investigadores decidieron seguir su intuición y pidieron autorización para registrar su apartamento.
Cornelius Gurlitt se ganaba la vida vendiendo ocasionalmente las obras reunidas en su apartamento a propietarios de galerías de arte con pocos reparos en cuestiones de origen. Había heredado esas obras de su padre, Hildebrand Gurlitt, un coleccionista de arte que se mató en 1956 en un accidente de auto.Aunque inicialmente fue amenazado por los nazis, sobre todo porque tenía una abuela judía, Hildebrand se volvió luego indispensable al régimen de Hitler, al cual ayudaba a vender obras robadas o incautadas en el extranjero.

 

“Es probable que haya tenido más obras y que las vendiera hace años”
 

Leo González Pérez

“¿Por qué no se deshizo de estas pinturas? Eso por ahora es un misterio. En los años 40 y 50 le hubiese resultado bastante fácil venderlas; hubiera bastado con disfrazar un poco su origen. Pero es probable que haya tenido más obras y que las vendiera hace años”. Las reflexiones pertenecen al periodista portorriqueño Héctor Feliciano, tal vez quien más haya investigado sobre el monumental saqueo de obras de arte que perpetró el nazismo.
En el libro El museo desaparecido (1996), Feliciano volcó los resultados de ocho años de investigación sobre los modos en que los nazis se apropiaron de unas 140.000 obras de arte. El trabajo de Feliciano desató un escándalo porque señaló responsables y dejó en evidencia que gran parte del robo nunca había sido reparado.
Hoy, ante el hallazgo de las 1.500 obras en el departamento ocupado por el hijo del marchante Hildebrand Gurlitt, Feliciano se hace muchas preguntas. Y la primera es sobre la exactitud de la información conocida hasta ahora. “La gran presencia de artistas alemanes me hace pensar que el hallazgo es cierto”, le dijo Feliciano ayer a Clarín. Y agregó que será fundamental saber cómo obtuvo Gurlitt las obras.
Desde que tomó el poder, Hitler fue marginando a los judíos de las funciones públicas –reseña Feliciano– y como Gurlitt tenía una abuela judía perdió sus puestos de director de dos museos estatales. Sin embargo, por tener un vínculo de sangre solo parcial con judíos y por estar muy bien conectado con la burguesía, le permitieron trabajar con el “arte degenerado” que era, para el nazismo, todo el arte moderno que valoraba la subjetividad.
“Ese arte era retirado de los museos del Estado en un proceso de ‘purificación’ y también se lo compraba a judíos bajo presión. En el 38 y el 39 hubo una serie de subastas muy grandes en Lucerna, Suiza, para deshacerse de algunas de esas obras y Gurlitt estuvo allí y aprovechó la situación, como otros marchantes alemanes”, explica Feliciano.
El estado en que se encuentran las pinturas es otro de los interrogantes que plantea el especialista, ya que conservar ese número abrumador de cuadros por tanto tiempo en una vivienda particular no es una tarea sencilla.

 

Una secuela oscura que pesa sobre la ética del mercado

 

Por Ana María Battistozzi


“Lo que están viendo son los productos enfermos de la locura, la impertinencia y la falta de talento. Necesitaría varios trenes de carga para limpiar nuestras galerías de esta basura.” Con elocuencia germana el presidente de la Cámara de Cultura del Tercer Reich, Adolf Ziegler, presentó la muestra de Arte Degenerado que en el verano de 1937 reunió en Munich más de 600 obras de lo que hoy es considerada la época de oro de las vanguardias europeas de principio de siglo cuyos protagonistas eran en gran medida alemanes o austríacos. Había obras de Oskar Kokoschka, de Emil Nolde, Kirchner, Otto Müller, Otto Diz, August Macke, George Grosz, Max Beckman y Oskar Schlemmer, representantes del expresionismo, tanto del Grupo Die Brücke como del Blaue Reiter y también miembros de la legendaria Bauhaus que Hitler cerró en 1933 obligando a sus profesores y alumnos a emigrar.
No pareciera mera coincidencia que este hallazgo se haya producido justamente en Munich.
Porque más allá de la fuerte censura que los nazis impusieron a este tipo de arte –que parodió de manera brutal al militarismo y las complicidades de la burguesía alemana que allanó el ascenso del nazismo–, no lo despreciaron a la hora de hacer negocios. Muchas ventas a ricos coleccionistas americanos fueron hechas por gente que gozaba de la protección del régimen.
Gente como Hildebrand Gurlitt, era necesaria para esos menesteres por sus contactos. El propio Goebbels se valió de él para poder vender “arte degenerado” a América que lo había valorizado desde la colección del MOMA. Muchos coleccionistas que en los años 30 contribuyeron con donaciones a su patrimonio fundacional adquirían obras como “La partida” de Max Beckman, que huyó abandonando su producción en Alemania al saberse incluido en la muestra de arte degenerado. Tanto ese arte como la enorme cantidad de obras confiscadas a familias judías, constituyen unas de las secuelas más oscuras de la guerra y aún hoy pesa sobre la ética que involucra al coleccionismo y el mercado.

Fuente: clarin.com

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