CÓMO HACER ARTE CON UN CONTAINER QUE NO CABE

Está, incómodo, en una salita del Museo de Arte Moderno. Hace sentir la falta de lugar.









Por Julia Villaro

Enorme. Un prisma gigante atraviesa el espacio entero de una pequeña sala de museo. Como un barco encallado en la arena cuyos ángulos hacen tope con las paredes y se incrustan en ellas hasta dejar su volumen fijo, suspendido en el espacio.
¿Qué pasa cuando querés colocar algo en una habitación y no entra, y lo hacés igual pero de una manera estrambótica, totalmente disfuncional?
Pregunta Jorge Macchi y la respuesta está ahí, en el segundo subsuelo del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires; se llama Container y es una instalación que el artista estará presentando hasta el 9 de febrero.
La idea es sencilla: una sala pequeña y completamente blanca alberga –como puede– un contenedor azul intenso. Uno de esos que fueron pensados para cruzar distancias trasladando objetos de un lugar a otro y que ahora, puesto que todos sus ángulos entraron inevitablemente en contacto con las paredes, el piso y el techo de la sala, resulta imposible mover. Uno de esos que acostumbran contener otros objetos dentro y que –aventuramos– ahora sólo contiene espacio vacío.
A Jorge Macchi le gusta cuestionar el espacio con estas paradojas; un objeto al límite se vuelve rígido, pero dinamiza nuestra propia percepción del espacio que ocupamos. Nos hace registrar cómo la presencia –y el tamaño- de otros cuerpos nos re-define, nos incomoda. Nos hace pensar en qué nos sucede cuando nos encontramos visual y corporalmente arrinconados.
“No me hubiera interesado poner simplemente una forma, es absolutamente necesaria esa experiencia con la realidad” cuenta el artista haciendo referencia a la condición contenedora del objeto entronizado: ha sido justamente su carácter utilitario el que permitió percibir la inutilidad –en esta ocasión– del container; como un impedimento, una obturación.
Tampoco resulta arbitrario que esta instalación se lleve a cabo en un museo –primero en el Kunstmuseum Luzern de Lucerna, Suiza y ahora en el de Arte Moderno de Buenos Aires–. Un museo es también, de alguna manera, una caja, un contenedor –a veces un tanto voraz– de objetos.
Container es entonces una experiencia rara y probablemente decepcionante para todo aquel que busque obtener de ella un sentido único, una moraleja.
Sin nada en la sala para escrutar más allá de las superficies lisas y ordinarias del objeto, es a su propia sensación de cuerpo a la que el espectador, absorto, se enfrenta ante la caja. Entonces la paradoja vuelve hacia nosotros con más fuerza: como si algo o alguien lo hubiera robado, en esa caja-museo a la que generalmente entramos olvidados de nuestro cuerpo, concentrados en nuestra cabeza –más precisamente en nuestros ojos, censores y medida de todas las cosas– otra caja, una incómoda, pero con la rotundidad y el desenfado que sólo las cosas enormes pueden tener, nos devuelve en la opresión de la falta de espacio, el cuerpo que somos.

Fuente: clarin.com

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