DE LOS SUSPIROS A MANUEL DORREGO

La esquina de Suipacha y Viamonte donde hoy luce el monumento tiene un particular pasado.


Majestuoso. El monumento a Manuel Dorrego fue obra de Rogelio Yrurtia, al que consideraban el Rodin argentino, y quien ganó el concurso de 1905.
Por Eduardo Parise

Desde 1814 se la conoció como plaza Del Temple, aunque algunos la denominaban plaza General Viamonte, en homenaje a Juan José Viamonte, un guerrero de la Independencia y ex gobernador entrerriano y bonaerense, quien vivía a unos metros, en el actual número 680 de la calle que hoy lleva su nombre. Pero en 1895 una ordenanza la convirtió definitivamente en plaza Suipacha, para recordar aquella victoria de las fuerzas patriotas en noviembre de 1810. Por supuesto que esos eran nombres oficiales. Sin embargo, a nivel popular, el actual cruce de Viamonte y Suipacha era “la esquina de los suspiros”.
Algunos atribuyen ese nombre a que hacia el sector de la actual calle Carlos Pellegrini había un puente que permitía sortear el cauce del “tercero del Norte”, un arroyo que arrancaba en los alrededores del Congreso y después de un zigzagueo por distintas calles desembocaba en el gran río donde ahora está la cortada Tres Sargentos. Entonces, como ironía, decían que aquel puente evocaba al de los suspiros en Venecia. Pero la realidad es que en la esquina de Viamonte y Suipacha estaba el café de Cassoulet que, como anexo y a lo largo de toda la cuadra, tenía unos treinta cuartos que oficiaban como posada o lo que en estos tiempos conocemos como albergue transitorio.
Aquellos recintos eran refugio de malandrines que eludían a la policía pero no a las caricias de las prostitutas, cuya clientela no se limitaba sólo a esos vagos sino que también era mucho más amplia. Todo dependía de la billetera del visitante: se podía acceder tanto a un pequeño cuarto con un incómodo catre como a una bien decorada habitación donde hasta proliferaban las burbujas de un buen champán. De todas maneras el ambiente de la zona, por lo “pesado”, no era para cualquiera. Y dicen que una figura del lugar era “el Marsellés”, habilidoso tanto en el juego del billar como en otros menesteres.
Hoy el área de la plaza Suipacha parece más recatada y menos riesgosa, aunque el implacable registro de la Dirección General de Rentas de la Ciudad también asuste al bolsillo de los porteños. Es que la imagen es tan distinta que algunos hasta lo miran como si fuera un rincón de París. Obviamente, el toque majestuoso lo aporta el monumento al coronel Manuel Dorrego, “promotor, paladín y mártir del federalismo argentino; héroe de la Independencia y de la Organización Nacional”, como está grabado en la base del pedestal de granito gris que sostiene a la figura ecuestre, una de las quince de ese tipo que tiene Buenos Aires.
La obra pertenece al talentoso Rogelio Yrurtia (hoy se cumplen 63 años de su muerte), un artista al que llamaban “el Rodin de la Argentina” y quien, en 1905, ganó el concurso para su realización. Junto con una “victoria alada” que acompaña al frente a la figura de Dorrego, a cada lado del pedestal dos estatuas alegóricas muestran las facetas de lo que fue la vida de ese héroe: “La Historia” (por su entrega a la revolución) y “La Fatalidad”, por su trágico e injusto final. Cuando Yrurtia la pensó, ya sabía cuál sería el entorno de su obra. Por eso es que “calza” a la perfección en esa esquina, donde se destaca el oscuro patinado del bronce de las esculturas.
Aunque en 1992 la gran obra había sido retirada del lugar (allí se pensaba construir una playa de estacionamiento subterránea que luego fue descartada) unos años después volvió a ese sitio original del Centro porteño.
Ese que está a unos metros del impactante edificio ubicado sobre la calle Suipacha y que fue sede de la famosa casa Maple, la misma que el tango “A media luz”, de Edgardo Donato y Carlos Lenzi, menciona como encargada de “vestir” un buen “bulín” en el “segundo piso, ascensor” de “Corrientes 348”. Pero esa es otra historia.

Fuente: clarin.com

NUESTRA OPINIÓN


Encontramos que este monumento, firmado por el gran Rogelio Yrurtia, ha sido mal emplazado y mucho peor todavía, puesto en valor, como tantos de los monumentos que integran el muy rico patrimonio escultórico de la ciudad de Buenos Aires, que está actualmente pasando una grave contingencia de saqueos, mutilaciones y agresiones vandálicas sólo entendibles considerando las graves carencias de nuestra educación.
La obra de Yrurtia en cuestión, no sólo está constreñida, con los puntos posibles para observarla con una cierta perspectiva muy limitados por los edificios circundantes, sino que, como si eso fuera poco, se la ha rodeado de demasiados árboles, que, por el exiguo tamaño de la plazoleta, han debido ser plantados demasiado cerca del monumento.
Por otro lado, el homenajeado Dorrego ha quedado como “en penitencia”, mirando a la pared. Vale decir que, si uno quiere ver su cara, debe ir a buscarla en la parte posterior del monumento. Aun así, la perspectiva desde atrás, no da para poder verla demasiado bien. Encontramos a ésto contradictorio desde el punto de vista intelectual, pero más allá de éso, creemos que la obra de Yrurtia, visualmente está rindiendo no más de un tercio de lo que debería rendir. Se debió haber ubicado ese monumento en un lugar mejor elegido entre tantos que abundan en nuestra ciudad, como para que luciera mucho mejor, al máximo de sus posibilidades plásticas y visuales.
Para emplazar un monumento o escultura con eficacia, es imprescindible evaluar cómo pesa el entorno, cómo interactúa el espacio circundante con la obra a emplazar y el contrapunto que se genera entre las llamadas formas positivas y negativas.
Hay muchos casos como el del Dorrego de Yrurtia en Buenos Aires. Muchos de ellos serían subsanables con un poco de observación atenta, sensibilidad, sentido común y criterio visual. Un caso similar al del Dorrego de Yrurtia, es el del monumento a Guillermo Rawson, hecho por el escultor Héctor Rocha, de la Avenida Pueyrredón y Vicente López, que también ha sido tapado con los árboles que se le plantaron demasiado encima como si no se hubiera previsto el desarrollo que iban a tener. La cabeza de Rawson, con trabajo aflora de entre las copas del bosque que se le armó alrededor.
Es mucho más común de lo que sería deseable en nuestra ciudad, encontrar plantas o carteles puestos sin criterio, tapando los principales puntos de mira de importantes obras de arte y de edificios históricos y patrimoniales. Uno de los casos más llamativos, es un cantero con plantas altísimas, que tapan visualmente más de la mitad de la altura de una obra de ese genio que fue el francés Auguste Rodin, considerado el padre de la Escultura moderna.
Nos referimos al Monumento a Sarmiento, ubicado en el cruce de las avenidas del Libertador y Sarmiento. Si uno intenta mirar el frente del monumento desde el nivel de la vereda o de la calle, pierde un 60 % de la altura total de la obra, tapado por las plantas del cantero que tiene adelante. Y, como si lo que señalo fuera poco, se ha cometido la insolencia diría, de colocarle sobre su basamento de granito rojizo, una placa conmemorativa de bronce fundido, cincelado y grabado, de esas típicas, con figuras humanas, ornatos, letras y todo, como las clásicas de los cementerios, homenaje del Centro Naval a su fundador, Domingo F. Sarmiento. ¡¡¡Tan luego a una obra de Rodin!!! ¿Puede ser que el autor no cuente? ¿Puede ser que nadie perciba ésto, que a nadie le moleste y que nadie señale la aberración que se ha cometido? Ese monumento, que junto con el del General Julio A. Roca, hecho por el brillante escultor uruguayo José Luis Zorrilla de San Martín, de la Diagonal Sur y Perú, tiene el triste honor de ser uno de los más agredidos del país, debería estar dado por la Ciudad a la Nación en custodia, para preservarlo para las futuras generaciones, bajo techo, debidamente restaurado y acondicionado, dentro del Museo Nacional de Bellas Artes. Tal como el sable corvo del General José de San Martín, que está en custodia en el edificio Secesión Vienesa de la Jefatura del Regimiento de Granaderos a Caballo, en su cuartel de Palermo. Al Sarmiento de Rodin, ya le fue saqueada la magnífica placa de bronce, muy Art Nouveau de estilo, también hecha por Rodin, que tenía al pie.
También debería guardarse dentro del Museo Nacional de Bellas Artes, como para poder aspirar a que sobreviva para las futuras generaciones, el Heracles Arquero de Emile Antoine Bourdelle, de la Avenida Pueyrredón, entre las avenidas Figueroa Alcorta y del Libertador. Buenos Aires, es una de las pocas ciudades del Mundo que tienen el privilegio de contar con esa obra de Bourdelle, junto a Tokio, Nueva York, París, Montauban, el Jardin Musée de Egreville y Toulouse. Fue encontrado desamurado de su base y a punto de ser cargado a algún transporte para ser robado. ¿Vamos a esperar que el robo se concrete? Actuemos antes de que sea tarde y no tendremos que lamentarnos por la imposibilidad de su reposición.
El monumento a Emilio Mitre, hecho por Hernán Cullen Ayerza, debería salir a la luz desde abajo de las ramas del gigantesco gomero que lo corta visualmente en dos desde hace décadas, en la esquina de la Avenida Alvear y la ahora denominada Adolfo Bioy Casares, ex Eduardo Schiaffino. Y debería pasar adonde actualmente está el monumento a San Martín de Tours compartiendo su capa con el mendigo, obra del ítalo-argentino Ermando Bucci, que, a su vez debería pasar a la plazoleta de Figueroa Alcorta y Ortiz de Ocampo, lugar en el que “crecería” notablemente. El San Martín de Tours de Bucci, que en sí ya es bastante chico, queda todavía más empequeñecido por el entorno de árboles gigantescos que tiene alrededor. Más aun con el árbol que hace años partió un rayo y le hace como un gran anfiteatro verde atrás. Los entornos verdes son dinámicos.
A El Pensador de Rodin, brutalmente vandalizado hace muy poco, se lo acaba de rodear con una mampara de protección de vidrio templado. Debió haber sido trasladado, desde su actual ubicación en Plaza Lorea, al rellano de la escalera central del edificio del Congreso Nacional. El proyecto de la diputada porteña Teresa Anchorena respecto de ese tema fue aprobado por la Legislatura Porteña hace más de cuatro años pero una senadora nacional, vaya a saber con qué otra autoridad para hablar sobre el tema que el pasajero poder que detenta, se opuso férreamente a ese traslado. Esa excepcional copia de El Pensador, cuya fundición supervisó en forma personal Rodin, fue comprada a su autor por Eduardo Schiaffino, dibujante, pintor, crítico de arte y fundador y primer director del Museo Nacional de Bellas Artes. Rodin no dudó en aceptar el lugar en el cual quería ubicarlo Schiaffino.
La Fuente de Las Nereidas, de la tucumana Lola Mora, ya tiene en la Costanera Sur, su propia mampara protectora de vidrio templado desde hace tiempo, pero eso no le evita las vibraciones del paso cercano de automóviles que pasean a su alrededor. Debería construírsele un foso perimetral, con el ancho adecuado y la profundidad suficiente como para que no se pueda hacer pie y llenarlo con agua. Ese foso debería desalentar a los permanentes saqueadores de la célebre obra de Lola Mora.
El fabuloso grupo escultórico Canto al Trabajo, también del gran Rogelio Yrurtia, que en la compulsa organizada hace poco por la Revista Ñ de Clarín, salió elegido por un equipo de arquitectos y artistas de todo el país a la cabeza entre las obras imprescindibles a cielo abierto de la Argentina, con la variable común a todas del acceso libre y gratuito, fue rodeado por una reja supuestamente protectora. El monumento en cuestión, al que también se le han saqueado partes, ha sido tomado por un indigente que vive dentro de él, que llega a hacer fuego y a cocinar en su interior y a quien la reja le sirve como alambrado perimetral protector de su "propiedad privada". De ninguna manera debería tolerarse ésto. El indigente, que sea llevado a cualesquiera de los hogares municipales, que la obra sea restaurada apropiadamente y que se asegure la puerta de la reja de manera de impedir que esta situación siga prolongándose indefinidamente en el tiempo. Es una obviedad señalar que esa obra creada por Yrurtia nos pertenece a todos los porteños y que como tal, debe ser resguardada.
Al monumento a George Canning, del escultor Alberto Lagos, otro peso pesado de la Escultura nacional, que fuera arrancado de donde estaba en Retiro, al lado de la Torre de los Ingleses, y tirado al Río de la Plata durante la Guerra de las Malvinas y fuera reinaugurado junto a la residencia de la Embajada Británica, le amputaron su mano izquierda y le saquearon sus placas.
Un caso grotesco es el de la fuente esculpida en blanco mármol de Carrara, El sediento, de una gran escultora argentina, poco conocida, Luisa Isabel Isella de Motteau,
de la Plaza Rodríguez Peña, en la Avenida Callao, entre Paraguay y Rodríguez Peña. Parece chiste cómo se le ha puesto un kiosco de diarios justo enfrente. Si se lo hubiera querido hacer a propósito para tapar la fuente, no se lo podría haber hecho mejor. Ese kiosco de diarios debió haber sido instalado en la vereda de enfrente, donde no taparía ni a la citada fuente ni a las mejores vistas del Palacio Pizzurno a través de las copas de los jacarandás de ambos lados del camino central de la plaza.
El monumento que la República Francesa regaló a la Argentina con motivo del centenario de la Revolución de Mayo, ubicado en la Plaza Francia, tiene un cartel indicador puesto justo al medio del punto principal para poder ver su frente bien. Al monumento, como a tantos otros, le han sido saqueados un gran relieve curvo en bronce y ornatos que uno diría que sólo pudieron acceder a ellos valiéndose de una escalera alta.
Está lleno de monumentos con brazos y piernas amputados y animales con partes faltantes, que han sido saqueadas para ser vendidas como bronce al peso.
¿Hasta cuándo vamos a seguir permitiendo ésto?
Y podríamos seguir, días y días detallando estas cosas.
La lista es interminable.


Pedro L. Baliña

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