CÉSAR PELLI, BRILLANTE



Formado en la Universidad Nacional de Tucumán, desarrolló su carrera en Estados Unidos, fue decano de Arquitectura en la Universidad de Yale y proyectó edificios en Kuala Lumpur,Tokio, Bilbao y Buenos Aires, donde recibirá el Konex de Brillantes



Todo lo demás parecería que le salió increíblemente fácil. Su estudio fue nombrado uno de los diez más influyentes de Estados Unidos; ganó todo tipo de concursos y premios internacionales; fue decano de arquitectura de la Universidad de Yale, uno de cuyos edificios más emblemáticos puede ver por su ventana. En la cercana Manhattan, a sólo dos horas de tren, tiene una enorme base de operaciones conectada con el planeta y es de los poquísimos que reciben el mote de "señor rascacielos". ¿Cómo lo hizo? Pocos días antes de volar a Buenos Aires para recibir el Premio Konex de Brillante le contó a adncultura su historia.
-¿Era el típico niño que ya desde pequeño hacía las torres más altas con bloques en el jardín de infantes y del que todos decían "ése va a ser arquitecto"?
-Creo que ésos son cuentos que se inventan después. Yo nací en Tucumán, me crié en Tucumán, me hice arquitecto en Tucumán y no sabía qué iba a estudiar. Mi madre era una educadora de profesión que tenía la idea muy de avanzada de poner a los niños desde muy jovencitos en la escuela, así que yo hice primaria, secundaria y la universidad con dos o tres años menos que mis compañeros. No me daba cuenta entonces, pero eso significó que los varones no me querían en su equipo de fútbol y que las chicas no me prestaban la menor atención. Pero también significó que, a los 16 años, yo ya estaba para entrar en la universidad, y, aunque no tenía ninguna idea concreta, me animé a probar con arquitectura, que era una carrera muy nueva en Tucumán, sabiendo que si me equivocaba no importaba perder un año.

 
Una clásica imagen del arquitecto que triunfa en el mundo y extraña el calor tucumano. Foto: Daniel Pessah


-¿La arquitectura lo sedujo enseguida?
-En la facultad enseñaban con un concepto muy antiguo, heredado de la École des Beaux-Arts: aprendíamos a usar tinta china, estirar las láminas y hacer órdenes clásicos. Yo lo hacía muy bien pero no tenía ni idea de para qué iba a servir. Pero al fin del primer año vinieron dos jovencitos de Buenos Aires como profesores y las cosas empezaron a cambiar. Me hicieron analizar un edificio de Frank Lloyd Wright en vez de un palacio renacentista y tuve que diseñar una parada de ómnibus en vez de una tumba o una urna. Ahí me empezó a entusiasmar la cosa, porque veía que combinaba el arte con el sentido social.
-¿Pudo empezar a construir en cuanto se recibió?
-Después de que me recibí tuve un par de obritas muy chicas. El primer edificio construido fue una casa de vacaciones para mis futuros suegros.
-Si luego le entregaron a la hija, supongo que quedó bien.
-Quedó preciosa y, sobre todo, fue baratísima. Ellos habían comprado un terreno con los cimientos de una escuelita, y los usé para abaratar costos, quedó bien, cuadrada y muy simpática; en Campo Quijano, Salta.
-¿Y viviendas más masivas?
-Empecé a enseñar en la facultad, mientras trabajaba en una organización creada por el gobierno de Perón. Me pusieron a cargo de la construcción de viviendas sociales. Hasta entonces, lo que se hacía eran conjuntos de casitas californianas en lo que se llamaba un "barrio jardín", pero terminaban siendo para gente de clase media que tenía contactos, así que pensé: "Los voy a jorobar", y a propósito, diseñé edificios sobrios muy utilitarios, de un solo piso extendido, como usa la gente en el campo. Nunca vi la obra construida hasta este año, en uno de mis últimos viajes fui a Tucumán y fue emocionante encontrar que allí seguían? ¡pero las habían arreglado muy bonitas, con flores, y con mamparas para armar compartimentos!
-¿Cómo fue que tomó la decisión de iniciar una carrera en Estados Unidos?
-Fue raro y nada fácil. Llegué con una beca de 95 dólares por mes a la Universidad de Illinois, teníamos una habitación en una casa compartida con varias parejas ¡y mi señora embarazada! Así que tuve que trabajar de bibliotecario nocturno y otras cosas, hasta que un profesor de la escuela de posgrado de arquitectura me consiguió trabajo en el estudio de Eero Saarinen, a dos dólares con cincuenta la hora. Naturalmente acepté y estuve en el estudio de Saarinen diez años. Luego fui director de Diseño en un estudio de ingeniería en Los Ángeles, donde diseñé obras que se publicaron mucho y de allí pasé al estudio de Victor Gruen, por primera vez como socio y no como empleado. Diseñé la embajada estadounidense en Japón y un edificio muy popular llamado la Ballena Azul. Para entonces ya era conocido. Philip Johnson me ofreció proponerme como decano de Arquitectura en Harvard, pero le dije que no me interesaba.

El Carnival Center en Miami, Florida, un edficio waterfront consagrado a las artes visuales y escénicas. Foto: Gentileza Estudio Pelli.
-¿Por qué?
-No me gustó nada el sistema, nada. En Harvard, a diferencia de Yale donde el puesto es para una sola persona, hay una división entre el decano y el chairman ; uno se ocupa de la parte académica y otro, del dinero, con el resultado, previsible, de que quien se ocupa de la parte académica no tiene poder "real". Además, cada escuela se vale por sí sola, mientras que en Yale siempre esta la "Madre Yale" que viene a rescatarte. Por suerte, parece que en Yale se enteraron de mi manera de pensar y me ofrecieron ser decano aquí. Me mudé aquí dispuesto a hacer vida académica.
-¿No fue así?
-Duró poco. A los dos meses de decanato, me convocaron para ampliar y renovar nada menos que el MoMA de las calle 53 entre la Quinta Avenida y la Sexta, algo que todavía no puedo creer, porque no es que yo no tuviera estudio, ¡no tenía ni un tablero! Mi señora consiguió este lugar, llamé a un muy joven arquitecto de apellido Clarke, hoy mi socio, que estaba en la Universidad de Rice, y empezamos de la nada.
-A propósito del MoMA, ¿qué opina de la reciente ampliación de Taniguchi?
-No quiero criticarlos porque les debo tanto, pero me parece que no fue lo mejor que se podría haber hecho. Eran épocas distintas. Ahora había mucho dinero y querían algo muy vistoso y grandilocuente. Cuando vinieron a mí era porque estaban al borde de la quiebra y querían algo lindo, decente y barato.
-¡Como lo de sus suegros!

 
La Torre Iberdrola, en Bilbao, es el fondo inesperado del paisaje decimonónico. Foto: Estudio Pelli
-Parecido, salvo que mis suegros me dejaron que hiciera lo que yo quería, éstos no?
-¿Le duele en el alma que hayan "tocado" su proyecto?
-No, porque gracias a ese cliente tengo mi estudio, me dio un gran empujón y la torre del museo que diseñé quedó como un marcador contra el cielo que recuerda mi paso por allí.
-Tuvo el gran privilegio de diseñar en el World Financial Center el conjunto de edificios que escoltaban a las Torres Gemelas, ¿Qué opina del proyecto para el Ground Zero ?
-Ahhhhh. El monumento es lindo, me gusta, pero todo lo que lo rodea ha sido afectado por demasiada política y apuro.
-Hablando de rascacielos, ¿Cuál fue la clave para que le dieran el diseño de las Torres Petronas?
-En las bases del concurso pidieron que los edificios fueran "bien malayos". Cuando pregunté y pedí más detalles, ni los desarrolladores inmobiliarios mismos sabían qué querían expresar con esta sugerencia. Se trataba de un país que no conocíamos, lejano y distinto. Por suerte había estudiado mucho arte islámico e interpreté que no querían unas torres que pudieran estar en Chicago o Fráncfort, sino que tuvieran sensibilidad para los habitantes de Kuala Lumpur, algo así como un símbolo, una obra icónica. Y lo fue. Muchos años después me enteré de que los demás no habían prestado atención a este requerimiento, que obviamente resultó ser decisivo.
-¿En qué lo cambió la fama y el dinero ?
-No creo que lo poco de fama que tengo me haya cambiado para nada. No tengo preocupaciones monetarias, pero no soy rico.
-¿Cuáles son los arquitectos y obras que más admira?
-Muchos. Desde los arquitectos de Hagia Sofía, la Catedral de Chartres, el patio de Ry?an-ji, pasando por Frank Lloyd Wright, Le Corbusier, Mies van der Rohe hasta Frank Gehry y Saana.

 
En Puerto Madero, con un perfil inconfundible se levanta la torre proyectada para YPF. Foto: DyN
-¿Y qué tal le resulta trabajar en la Argentina?
-Fantástico, me encanta. Acabamos de terminar un master plan precioso para el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca, en un terreno con árboles centenarios y edificios que servían para la cuarentena de los caballos, gallinas, pescados? Ojalá se construya. Por lo menos el master plan fue muy bien recibido.
-Ahora viaja a Buenos Aires para recibir el premio Konex de Brillante, y ha proyectado para la ciudad tres edificios emblemáticos en ubicaciones estratégicas. Dicen que nadie es profeta en su tierra, pero en su caso?
-No lo creo. Después de todo, ¡no tengo ninguna obra en Tucumán!

CONQUISTAR LAS ALTURAS SIN FRONTERAS

  • Torres Petronas en Kuala Lumpur,Malasia
  • Torre de Cristal, Madrid
  • Torre Iberdrola, Bilbao
  • World Financial Center, Nueva York
  • Torre Repsol YPF,  Buenos Aires
  • Embajada de Estados Unidos, Tokio
  • Torre República, Buenos Aires
  • Torre Bank Boston, Buenos Aires
  • International Finance Centre, Hong Kong
  • Ampliación del MoMA, Nueva York
  • Centro de Artes Dramáticas, Charlotte

    Maestro a distancia

    Por Graciela Melgarejo / LA NACIÓN


    No ha dejado nunca de estar presente en ninguna de las trece bienales internacionales de arquitectura de la Ciudad de Buenos Aires, esa creación de Jorge Glusberg que se transformó en una cita de honor para los arquitectos y estudiantes de arquitectura argentinos de todas las edades. Vino para mostrar aquellas obras que a lo largo de su trayectoria fueron para él un desafío, porque con su mensaje quiso "llegar a los más jóvenes". Por eso, sigue siendo emocionante recordarlo, rodeado de estudiantes profesionales muy jóvenes, en la fotografía de tapa del suplemento de Arquitectura de La Nacion, hacia fines de la década de 1990. Poco antes había inaugurado su primera obra porteña, el edificio República.
    Egresado de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Tucumán en 1948 -de ella ha dicho: "Por aquellos años (del 44 al 50) era con Harvard la mejor escuela de arquitectura del mundo"-, decano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Yale, Estados Unidos, entre 1977 y 1984, Pelli nunca ha dejado de hacer docencia, aun a la distancia. Por ejemplo, cuando se le pregunta por su "estilo", contesta con firmeza: "Yo comenzaría por hacer notar que he evitado un estilo propio. Esto me permite comenzar todo nuevo trabajo libre de prejuicios y abierto a nuevas posibilidades. Entonces diseño para el lugar con sus características físicas, su clima, su cultura, su historia. También diseño para la gente que usará mi edificio. Mis intenciones estéticas se enriquecen en el proceso. Sin duda, esto requiere un esfuerzo, pero creo que vale la pena". Y ésta es la respuesta del creador de las Torres Petronas, en Kuala Lumpur, Malasia, que de 1998 a 2003 fueron las más altas del mundo (452 metros), y que muestran una armoniosa fusión entre modernidad y tradición.
    Aunque por derecho propio ocupa un lugar de privilegio entre los arquitectos top ten del mundo, Pelli siempre rescata el mismo concepto: "Mi trabajo es fruto de un equipo, un conjunto de cien colaboradores que hace años que se mantiene conmigo, y que comparte criterios y la misma escala de valores".
    La idea de que la arquitectura es más importante que el arquitecto y que "el arquitecto es un proveedor de servicios: un servicio refinado, artístico, pero un servicio a la sociedad" no sólo sustenta todo su trabajo, sino que también se remonta a la esencia misma de la profesión, esa que nació como un oficio para ser transmitido de maestros a aprendices. Lo que César Pelli sigue haciendo, afortunadamente.

    El otro César

    Por Ignacio Dahl Rocha / Para LA NACIÓN


    En una helada madrugada del invierno de 1983 caminábamos con Jacques Richter, mi actual socio en Suiza, desde nuestras residencias de estudiantes hacia el edificio de arte y arquitectura de la Universidad de Yale, donde cursábamos nuestras maestrías. Nos detuvimos unos minutos en la cafetería del Yale Center for British Art, la última y más sublime obra de Louis Kahn, para tomar un café antes de entrar en la escuela. Como es habitual entre estudiantes de arquitectura, habíamos pasado una noche en vela. No era la primera ni sería la última, pero ésta era una ocasión especial. Aún no habíamos terminado el trabajo de la noche anterior, pero decidimos interrumpirlo porque nos esperaba "Caesar" en su oficina de decano de Arquitectura.
    Respondiendo al pedido de un grupo de estudiantes, César Pelli, además del curso regular de proyecto que dictaba, había accedido, durante ese semestre, a darnos un curso especial de teoría de la arquitectura en su despacho. Dedicó esa mañana, como todas las que seguirían, a compartir sus experiencias con nosotros. Nos escuchaba y nos guiaba con toda su inteligencia y paternal generosidad. Hacia el final de la reunión César, que no había hecho ningún comentario al respecto hasta ese momento, nos pidió que no despertáramos al "pobre Jacques", que para entonces, y a pesar de los enormes esfuerzos por evitarlo, había sido vencido por el sueño y descansaba en los confortables sillones del decanato.
    Cuento esta anécdota, aparentemente trivial, porque pinta esa imagen tan grata que tengo de César Pelli. Es el complemento necesario de la imagen de la "estrella" que desde entonces, y cada vez con mayor intensidad, ha irradiado su talento y energía en el universo de la arquitectura internacional. La imagen de la humildad y generosidad del maestro que transmite su pasión a las nuevas generaciones.
    En un momento en que la arquitectura está llamada a reorientar su camino revalorizando su misión fundamental como servicio a la sociedad, la trayectoria de Pelli nos ofrece un modelo ejemplar de arquitecto que, habiendo alcanzado la excelencia y el reconocimiento profesional, no ha cesado de explorar y compartir la disciplina como hecho de cultura y como pasión personal. Hoy, junto al cariño y la admiración que le profesamos, somos muchos los que compartimos con César el destino de haber encontrado nuestro camino profesional fuera de la Argentina. Él ha sido el pionero más notorio. Celebramos este Konex tan merecido y esperado, que se puede interpretar, además, como una manera de incorporar el trabajo de los argentinos en el exterior a nuestro patrimonio cultural.

    Fuente: ADN Cultura La Nación

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