ALBERTO GIACOMETTI:
LLEGARON AL PAÍS LOS DELICADOS TÓTEMS
DEL GENIO SUIZO

Clarín recorrió, en exclusiva y junto la curadora, la francesa Véronique Wiesinger, el montaje de la exhibición.

Recorrido. La francesa Véronique Wiesinger, curadora y directora de la Fundación Giacometti./gustavo ortiz

Por Mercedes Pérez Bergliaffa

“Mirame”, parece decir la inmensa mujer de bronce, “acá estoy. Te doy lo que necesites. Para eso soy una diosa. Por eso irradio fuerza, esta energía. Para eso, Giacometti me hizo tótem”.
De más de dos metros de altura, la impresionante escultura se encuentra acompañada de otra mujer-tótem igual de alta. Si uno las observa de costado, verá que son obras tremendamente chatas. Lo único que tiene volumen en ellas es la cabeza. Todo lo demás, es sólo un palito herrumbroso con dos grandes pies de base, como es típico en muchas de las obras de este gran artista que es el suizo Alberto Giacometti, chamán del volumen. En sus trabajos, el escultor desintegró las formas hasta dejar casi al descubierto los huesos, hasta revelar sólo lo que le interesaba concentrar: la energía. ¿Y dónde se concentra la energía de una persona? Sobre todo en la mirada. Por eso Giacometti creó, a lo largo de su vida, centenares de cabezas en torno al mismo modelo, siempre dando una sensación distinta. “Estas obras tienen una carga extraña, muy fuerte”, pienso, mientras las miro aquí, en pleno montaje de la exposición “Alberto Giacometti”, que la Fundación Proa (Pedro de Mendoza 1929) abrirá al público el próximo sábado: una especie de bosque de bastones de metal convertidos en formas humanas delgadas, alargadas, que se desplazan en silencio por el espacio. Las esculturas caminan. Inquietas, buscan algo.
En exclusiva, Clarín recorrió el armado de la muestra junto a su curadora, la francesa Véronique Wiesinger –también directora de la Fundación Giacometti de París– quien explica: “Giacometti tuvo básicamente dos modelos: su mujer, Annette, y su hermano, Diego; pero veía tantas facetas en la misma persona… Veía que el ser humano siempre es diferente. Uno no es la misma persona ahora que hace dos horas atrás.
-¿Qué encontraba Giacometti en las cabezas, que las creaba una y otra vez?
-La vida. Encontraba la vida, en las cabezas. Porque ellas tienen los ojos. Allí es desde donde la energía se dispersa. Ese era el foco al que Giacometti atendía. Si observas sus esculturas, verás que los personajes siempre están mirando derecho, en vía recta, y no tienen expresión. Porque él intentaba capturar la vida como estaba dentro del modelo en ese momento, a través de los ojos.
-¿El artista fue repetitivo?
-Sí, fue repetitivo. Pero se trata de la repetición y de la diferencia, también. Se trata de una visión frontal de un cuerpo. Todo esto se relaciona con su conocimiento de los tótems africanos.
Ellos lo cambiaron todo, en la obra del escultor. Esto puede observarse en la primera sala, en los trabajos ubicados entre su primera escultura –una pequeña cabecita de yeso–, y su primera pintura –una naturaleza muerta–. Y hay gestos corporales que se mantuvieron latentes en muchísimas de sus obras. Si usted va a la exposición, notará que las mujeres-tótems de la última sala coinciden en algo con estas primeras obras de influencia africana: a la altura de las caderas –anchas y fértiles, pero chatas– el movimiento se cierra, queriendo resguardar. A la altura de los pechos, en cambio, se abre, puntiagudo. Como si se tratara de una “Y” irradiando fuerza.
-Véronique, ¿piensa que estas esculturas, tan magnéticas, son los tótems del siglo XX?
-¡Oh, sí! Son verdaderos íconos del siglo XX. Y no es porque cuenten una anécdota, ¿eh…? Porque todos los detalles, en estas esculturas y pinturas, han sido dejados de lado. Se trata de su energía.
Son seis salas plagadas de figuritas de hombres y mujeres, y de algunas pinturas. La segunda es un pasillo lleno de cabezas. La tercera trata sobre el objeto y la experiencia surrealista de Giacometti. Este espacio también está plagado de objetos utilitarios, muchos de ellos diseñados en 1939 para una familia argentina: los Born.
Hay una obra en la muestra que es la más emblemática del artista: El hombre que camina (ver “Las cinco obras...”). Con la materia de la escultura castigada a cuchillo y una hendidura en el pecho, su torso se inclina hacia delante, viene hacia nosotros. Su boca, cerrada, tiene un rictus levemente descendente. Sus manos marcan un movimiento cóncavo: contienen.
A veces, estas esculturas, de tan delgadas, parecen cadáveres. Pero por algo Giacometti puso esa mano, ese gesto conciliador. Hay secretos disimulados en estas obras. Hay gestos generosos. Hay que darse una vuelta por allí, observar y abrirse a estos frágiles, delicados dioses sin religión. Listos para responder a nuestras plegarias.


Sin libros de Giacometti por las restricciones a la importación

“Por favor, quiero que publiquen lo que voy a comentar ahora”, pidió Véronique Wiesinger, curadora de la exposición que se realizará en unos días más en la Fundación Proa y directora de la fundación Alberto y Annette Giacometti, de París, “porque ha constituido un gran problema para nosotros y porque no nos permitió realizar adecuadamente esta exposición de Giacometti: me refiero al problema de la importación de libros en la Argentina. Como ya deben saber, es muy difícil importar libros aquí, y eso, en nuestro caso, ha sido un enorme problema, ya que Giacometti –además de uno de los escultores más importantes de la historia del s. XX–, fue también un muy importante escritor. Y sus escritos están disponibles en español, ¡pero no los podemos hacer venir a la Argentina, para que el público los pueda conocer y leer!”, dice, entre sorprendida e indignada, Wiesinger.
“Giacometti escribió ensayos y libros sobre arte en general, sobre otros artistas, y sobre lo que significa ser un artista… Y también realizó algunas entrevistas muy importantes. Parte de sus escritos son una colección de ensayos publicados en libros y revistas, y también entrevistas que hizo con figuras importantes. Y todas estas son realmente piezas claves para poder comprender los propósitos de Giacometti y de su obra, y lo que él quería.
También hay mucho material bibliográfico sobre el artista en español, debido a una gran muestra que hicimos sobre él en España; pero no lo podemos mostrar ni traer acá. Esto es, realmente, muy malo, ya que nuestro principal interés en la Fundación Giacometti es la educación. Para nosotros, ése es un punto clave. Pero, ¿cómo se podría tener una educación real y apropiada si no se puede tener a disposición el material…? Y el material –en este caso bibliográfico- existe, y está disponible. Sólo que no se lo puede hacer entrar a la Argentina.
Por favor, pónganlo en los medios. Creo que es una verdadera pena, esto que sufren es un enorme problema. Realmente, es muy malo no poder exhibir y mostrar todo esto al público argentino.”
Lucas Prado

“Una monumentalidad dentro”, según Sartre

“Cada una de sus obsesiones coincidió con una tarea, un experimento, una forma de sentir el espacio”, escribía Jean-Paul Sartre sobre Giacometti en los 40. El texto –prólogo de un catálogo– fue el puntapié inicial de una intensa amistad entre Giacometti, Sartre y Simone de Beauvoir. Duraría toda la vida. En Proa esto se ve en la sala con los retratos de Sartre y Beauvoir: una escultura, pequeñísima cabeza de la filósofa, y varios dibujos de Sartre.
“Sartre fue alguien con quien Giacometti hablaba mucho”, explica la curadora de la muestra. “El escribió el primer ensayo importante sobre su obra. Pero sobre todo, Sartre tenía esta idea de que Giacometti esculpía siempre como a una cierta distancia. Por ejemplo, si vos ves sus esculturas en un libro, nunca sabés si son grandes o pequeñas, parecen muy altas pero usualmente no lo son; son altas por dentro. Hay un tipo de monumentalidad que está dentro de las esculturas de Giacometti, decía Sartre”.



Fuente: clarin.com

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