EL PATRIMONIO DEL ARTE AFRICANO, EN PELIGRO


Africa se esfuerza por salvar sus reliquias vulnerables.

Djenne-Djenno, uno de los sitios arqueológicos más conocidos del África subsahariana, abarca varias hectáreas de campos cultivados cerca de la ciudad de Djenne, en la zona central de Mali.
En los últimos tiempos, dado el caos político que impera en Mali, se realiza muy poco trabajo en el lugar, y fragmentos de vasijas antiguas se encuentran diseminados por el suelo.
Los ataques contra Djenne-Djenno podrán haberse interrumpido de forma temporaria, pero las batallas éticas en torno de la propiedad y el control del arte del pasado persisten en África, así como en otros lugares del mundo.
El Museo de Bellas Artes de Boston anunció hace poco la adquisición de una colección privada estadounidense de 32 exquisitas esculturas de bronce y marfil creadas entre los siglos XIII y XVI en lo que hoy es Nigeria. En cuestión de días, la Comisión Nacional de Museos y Monumentos de Nigeria proclamó que los militares británicos se habían apoderado de los objetos a fines del siglo XIX y que debían devolverse al país.
Más escalofriantes fueron los informes del mes pasado sobre la destrucción de propiedad cultural en Timbuktú, Mali, unos 320 kilómetros al norte de Djenne. Grupos islamistas atacan el sufismo, una forma mística moderada de islamismo que está extendida en Mali. En Timbuktú, que cuenta con escuelas coránicas y bibliotecas de manuscritos, esos grupos han empezado a destruir tumbas de santos sufíes, que son objeto de devoción popular.
Las guerras por el arte y la propiedad cultural adoptan muchas formas: materiales, políticas e ideológicas. los conflictos son multifacéticos, y la inocencia y la culpa suelen ser difíciles de determinar.
Con frecuencia se presenta a África como la perdedora en la lucha por el patrimonio, pero no será así si admitimos que el continente tiene una voz determinante en toda conversación.
Algunas de las complicaciones relacionadas con el arte descubierto y perdido se han desarrollado en Djenne-Djenno en los últimos 35 años. Sus orígenes se remontan al siglo III aC., pero para el año 450 dC. ya había producido una compleja sociedad urbana con un comercio floreciente. Durante mucho tiempo se asumió que ambos avances llegaron a África de la mano de los árabes en los siglos VII y VIII dC. Nuevos elementos, sin embargo, profundizaron de pronto el pasado del continente.
También la historia de su arte se expandió. En el nivel superior de la excavación de DjenneDjenno que comenzó en 1976, así como en muchos sitios vecinos, los arqueólogos encontraron esculturas de terracota de figuras humanas y animales.
La revelación fue el descubrimiento de las esculturas in situ, en su contexto histórico, si bien las figuras en sí eran familiares.
Muchas esculturas similares ya habían salido a la venta.
Para fines de la década de 1960, la cantidad de esculturas de madera que habían definido el campo de la mayor parte de los coleccionistas estaba en declinación. Las esculturas de terracota de Mali se convirtieron en el nuevo arte africano "clásico" a coleccionar. Comerciantes intermediarios contrataron excavadores que empezaron a extraer figuras de las tierras de Djenne-Djenno y a destruir el registro histórico. Se las pagaba monedas, pero en la década de 1970 Mali quedó sumido en una hambruna, y ese dinero era mejor que nada. Los objetos se enviaron a comerciantes y coleccionistas occidentales, y su valor fue aumentando.
En teoría, la Unesco había prohibido ese tipo de comercio de arte en 1970, pero sacar objetos artísticos del país era fácil, y sigue siéndolo.
Los arqueólogos estaban consternados ante el saqueo.
Propusieron un bloqueo de la información sobre todos los objetos "huérfanos" de la región, haciendo referencia a todos aquellos que no eran producto de excavaciones científicas, que constituían la mayor parte de los que se encontraban en circulación.
Instaron a los comerciantes a no vender esos objetos, a los coleccionistas a no comprarlos, a los museos a no exponerlos y a los historiadores del arte a no publicar imágenes ni escribir sobre ellos para proteger los objetos que seguían en la tierra. El objetivo era desviar la atención de ese arte. No cumplir con esas pautas atrajo la condena pública y una implícita amenaza de ostracismo profesional.
Del otro lado se encontraban los comerciantes, los coleccionistas y el personal de museos, cuya subsistencia e identidad dependía de un flujo constante de arte. En ese bando estaban también los historiadores de arte, que exigían cierto contacto con los objetos para estudiarlos y distinguir los genuinos de los falsos. (Gran porcentaje de las piezas de Djenne-Djenno que se encontraban en el mercado eran ­y son- falsas.) El enfrentamiento entre los distintos grupos persiste. Los arqueólogos se han labrado fama de héroes fanáticos y cuentan con el respaldo de tratados nacionales e internacionales que limitan el mercado y controlan los movimientos de arte.
Nigeria está atenta y trata de reclamar todo lo que considera patrimonio saqueado.
En algunos ámbitos empezó a considerarse ladrones a comerciantes, coleccionistas y funcionarios de museos, que en otro momento gozaron de alta estima. África podría convertirse en socio del intercambio cultural. Países atentos al arte como Nigeria y Mali tienen infinidad de objetos. Podrían prestarse selecciones a instituciones occidentales o hasta intercambiárselos por préstamos de arte occidental. África tiene excelentes museos (en Bamako, en Lagos), colecciones privadas impresionantes y algunos críticos muy agudos (Kwame Opoku, de modernghana.com).
Las amplias bases de datos digitales serían un valioso recurso para el estudio y el registro perdurable de objetos demasiado frágiles.
Hay muchos objetos que corren peligro en el norte de Mali, y en especial en Timbuktú. En julio, grupos islamistas vinculados a Al-Qaeda destruyeron varias tumbas de santos sufíes. Se confía en que pueda reconstruírselas. Sin embargo, hay cosas irreemplazables, como los muchos miles de manuscritos de las bibliotecas de Timbuktú, incluidos documentos escritos a mano en árabe y lenguas africanas que se remontan al siglo X. Constituyen uno de los grandes tesoros históricos del continente. Lo que se teme es que los islamistas puedan quemar todo excepto los manuscritos coránicos.
Lo que sucede en África recibe escasa cobertura periodística. La posible destrucción de libros que nunca hemos visto, escritos en lenguas que no conocemos, con palabras de una religión en la que muchos no confían, no genera demasiada alarma.

Fuente: Revista Ñ Clarín

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