"DIALOGO CON LA CIUDAD PARA ELEGIR EL LUGAR DE CADA OBRA": GYULA KOSICE

Cuenta que ese fue el proceso para montar Corazón Planetario, su megaescultura preferida. ¿Buenos Aires? “Yo gozo de esta Ciudad”.

Taller. Sus obras combinan agua, luz y movimiento. Su Ciudad Hidroespacial recorrió el mundo. / pepe mateos

Por Einat Rozenwasser


Agua. Afuera porque llueve, como corresponde a la nueva modalidad de los agostos porteños. Adentro porque su mundo tiene mucho de eso que fluye, entonces el gris se vuelve azul y hay un aire fresco que sobrevuela entre destellos y luces de colores. Gyula Kosice asoma desde el fondo de su taller. El delantal oscuro, papeles, teléfonos, ganas de conversar. “Me tengo que ir al mediodía, pero deciles que necesitás un ratito más”, trampea en voz baja mientras terminamos la recorrida por su museo, en Almagro.
Alrededor, su obra. Desde La gota de agua acunada , primera experimentación mundial con el hidrocinetismo (1948), hasta el Discontinuo de agua móvil , que terminó hace dos semanas. Están las esculturas iluminadas, las que tienen movimiento, sonido, las fotos de los grandes monumentos (hay en Buenos Aires y en La Plata, en Neuquén y en Uruguay, en Corea y en Israel), el arte que responde a su Manifiesto Madí (abstracto, no figurativo, sin melancolía) y, claro, su Ciudad Hidroespacial. “Hace poco me hicieron un homenaje por mis 70 años de trayectoria. Pero no me preguntes qué edad tengo porque no lo quiero decir, no lo quiero oír ni lo quiero pensar”, larga el hombre que cambió apellido por el nombre de su ciudad natal.
Llegó al país cuando tenía cuatro años. “Veníamos desde Hungría y la travesía por el Atlántico duró 36 días en los que lo único que veía era agua y cielo”, cuenta. Al recuerdo suma el dato de que tanto nuestro cuerpo como el planeta tienen un 75% de líquido y ... ¡Agua va!
Cursaba 6° grado y todas las semanas pasaba por la biblioteca, donde le prestaban un libro a cambio de “su palabra”. Como era cumplidor, un día lo sorprendieron con un ejemplar enorme: Leonardo Da Vinci. “Me influenció muchísimo por los inventos y la multiplicidad de cosas que había hecho”, sigue.
Más cerca de los 18 se empezó a juntar con los artistas de la época en los bares emblemáticos de la Ciudad. Allí gestarían la mítica revista Arturo, el manifiesto y esa idea de que “el hombre no ha de terminar en la tierra”. Lo explica como una necesidad biológica. “Tiene que ver con el crecimiento poblacional. Dentro de 30 años, ¿dónde vamos a vivir? El espacio es infinito y no lo hemos ocupado salvo por los aviones”, razona. Su Ciudad Hidroespacial recorrió el mundo. Con su lugar de recepción y emisión de ondas lúdicas, el de olvidar el olvido, el de la estrategia de excavación de espejismos (puramente aéreo), el lugar para destituir la angustia o para que la expansión aritmética no se adueñe de la cantidad, entre otros.
La idea de la luz apareció en una publicidad de relojes. “Empecé a trabajar con neón 20 años antes que los norteamericanos. La diferencia es que ellos se hicieron ricos”, bromea. También tuvo que ver con el plan de iluminar con led el Planetario. “Hermoso”, sonríe.
En 1968 –dicen que era agosto, sí– hizo llover sobre la calle Florida. “Eran 150 metros de lluvia, desde el Instituto Di Tella hasta Harrods”, recuerda entre risas. Y apunta: “Me tenés que preguntar qué es para mí la creación: el arte es la moneda de lo absoluto. Está mucho más allá de las superestructuras ideológicas del mundo. Por eso prevalecen las grandes escuelas de arte sobre las políticas”.
De sus megaesculturas prefiere Corazón Planetario, emplazada en la entrada de la Fundación Favaloro. ¿Cómo trabaja para montar una obra tan grande? “Primero entablo un diálogo de cinco a seis cuadras a la redonda para conocer como respira esa ciudad, por qué en ese lugar”, expone. De ahí a la maqueta, de la maqueta a la posteridad.
-¿Le gusta esta Ciudad?
-Cada vez más. No solamente por el bullicio normal de una ciudad cualquiera sino porque está plagada de una gran reminiscencia a París, donde viví siete años. A veces veo calles o cosas inesperadas. Vivo frente al zoológico desde hace 40 años y cuando vuelvo del taller en el auto siempre miro el tercer piso de una casa, no departamento, que en el frente tiene pintura abstracta. Yo gozo de la Ciudad.

Fuente: clarin.com


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