EL ARTE RELIGIOSO DEL "ALEIJADINHO",
VISTO POR HORACIO COPPOLA


Abre en San Pablo una muestra del fotógrafo modernista argentino, con imágenes de su visita a Brasil en 1945.
Profeta Habacuc. En el Santuário do Senhor Bom Jesus de Matosinho
Por Matilde Sánchez
El Instituto Moreira Salles de San Pablo inaugura este martes una muestra de Horacio Coppola, con su ensayo fotográfico sobre el barroco del estado de Minas Gerais, el gran conjunto escultórico de Antonio Francisco Lisboa, conocido como el Aleijadinho, en el Brasil colonial del siglo XVIII.
Luz, cedro y piedra será la segunda muestra del fotógrafo modernista argentino en este museo.
La mirada de curadores y críticos de Brasil, en algunos casos, argentinos emigrados a ese país, tanto como la labor del galerista Jorge Mara, han motivado en los últimos años la adeudada celebración global de Coppola, artista clave de las vanguardias culturales argentinas de los años 30, esposo además de la brillante fotógrafa alemana Grete Stern. Coppola falleció en junio pasado, cuando le faltaban pocos días para cumplir 106 años.
Las exposiciones se suceden cada año. Roxana Marcoci y Sarah Meister, del departamento de Fotografía del MOMA, de Nueva York, serán las curadoras de la muestra “De Bauhaus a Buenos Aires: Horacio Coppola y Grete Stern”, programada para 2015. A sus dos adquisiciones iniciales de obras de Coppola, el Moma agregó en 2011 otras cuatro imágenes, buscando repertoriar el diálogo entre las vanguardias históricas europeas, en este caso la de Berlín y la escuela Bauhaus, y los artistas latinoamericanos. En diálogo con Marcoci, nos adelanta su lectura: “Es claro que tanto Coppola como Grete habían absorbido todas las lecciones modernistas de la Bauhaus y de un ambiente en el que ya habían despuntado Bertolt Brecht, Ellen Weigel y Karl Korsch, pero desde luego, también Jorge L. Borges. Las importaron a Buenos Aires y así revolucionaron no sólo la práctica del arte sino también, a través de sus estudios, la foto comercial y la publicidad”. Si algunas voces solían señalar que Stern era la más radical de los dos, Marcoci lo desestima: “No tiene sentido hacer una competencia por ver quién era el más vanguardista; a cada quien le corresponde lo suyo: Grete, cerca del psicoanálisis, un emblema protofeminista. Horacio, más próximo a la arquitectura y el cine. Recordemos que él abre el primer cineclub de Argentina y rueda cortometrajes”.
En Argentina Coppola es más conocido como el gran testimoniante de Buenos Aires por los años 30 y 40, con sus alardes de modernidad urbanística y también los microclimas callejeros: documentó el fulgor nocturno de las avenidas, las perspectivas en fuga de sus diagonales, junto a la vida interior de los cafés y vidrieras, donde lo inerte convive con lo animado. Pero también fue un virtuoso fotógrafo viajero, y no sólo de las grandes urbes. El Moreira Salles paulista recoge ahora 81 fotografías tomadas en 1945 en el Brasil minero, las obras del Aleijadinho. “La colección es muy impresionante y hermosa”, observó Jorge Schwartz, argentino emigrado y curador del Museo Segall de San Pablo. “Alguna vez vi los cientos de negativos en vidrio y no puedo imaginarme cómo se las arregló con todo”.
Este “barroco minero”, uno de los mejores ejemplos del rococó latinoamericano, comprende el portal de la iglesia de San Francisco de Asís, en Ouro Preto, la fachada y el púlpito de la iglesia de Nuestra Señora del Carmelo, en Sabará, y culmina en el coro de Profetas y las Estaciones de la Pasión en Congonhas do Campo. El curador, Luciano Migliaccio, profesor del Departamento de Historia de la Arquitectura de la Universidad de San Pablo, apunta que la revalorización de esta obra hecha por un mestizo ya estaba establecida entre los modernistas de Brasil (ver rec.), pero agrega motivaciones personales del argentino para emprender la excursión a Minas Gerais: las imágenes tomadas por Coppola en museos de Londres y París, publicadas por los Cahiers d´art en el capítulo L’ art de la Mesopotamie , en 1935, sin duda fueron estimulantes. El escultor Henry Moore lo había felicitado por ellas.
En los años 40 ya se tenían aquí noticias del Aleijadinho; Ramón Gómez de la Serna, exiliado en Buenos Aires, había escrito sobre él. En 1944 se publica el libro El Aleijadinho, de Newton Freitas, un amigo de Mario de Andrade y con fotos bastante improvisadas, que seguramente lo acicatearon. Coppola tuvo que estar al tanto, pues la portada tenía un dibujo de su amigo, el grabador Luis Seoane. Sabemos que la agencia de Patrimonio de Brasil le allanó el acceso a las obras pero no pagó un peso de la producción; la estadía duró varias semanas. Coppola solía amar su Leica, traída de su segundo viaje a Alemania, pero esta vez empleó una Plaubel y probablemente una Makiflex. En su cuaderno de artista, que fue comprado por el Instituto Salles junto con 150 copias de este ciclo, Coppola llevó un registro minucioso de cada toma: objetivo, distancia, máquina, material, diafragma, luz y tiempo de exposición. En el sitio tuvo que maniobrar con casi 400 negativos de vidrio, de más de 25 centímetros. Todas las tomas están repetidas dos veces al menos y hechas con trípode, según la lección de su maestro Walter Peterhans, de la Bauhaus.
Dice Migliaccio: “Fotografiar esculturas es siempre un asunto de puntos de vista. Sobre todo si se trata del Aleijadinho y su grandioso teatro religioso. Su interpretación de las obras es muy original. El tratamiento de la luz les restituye la vida y su carácter decorativo y poético. Algunas tomas, a contraluz, resultan muy modernistas. Es que en esas siluetas se identificó con el maestro berlinés y su interés por las distintas cualidades de la materia”.
Aunque Coppola procuró hacer una muestra con este ensayo, las imágenes esperaron una década; fueron conocidas en 1955, con el libro El Alejaidinho. El barroco mestizo, este lujo de la piedra, festeja ahora el triunfo de la luz.

La “caravana modernista” redescubre el barroco mestizo

Un contemporáneo lo describió como un fenómeno: pardo oscuro, de voz fuerte e irritable, el cuerpo bajo y contrahecho, una cabezota de orejas grandes con pescuezo corto. La biografía de Antonio Francisco Lisboa (1730-1814), llamado “El Aleijadinho” -el Tullidito- acrecienta la leyenda del gran barroco de América latina. Durante décadas se puso en duda que él fuera el artista detrás del conjunto sacro de Minas Gerais, con sus estatuas de santos y profetas, hechas en piedra jabón (esteatita), y las tallas en cedro.
Antonio fue el hijo mulato de un apreciado constructor portugués que emigró a Brasil en el siglo XVIII; aunque era bastardo, creció en la misma casa que sus medio hermanos, junto a su padre, quien le enseñó el oficio. A los 40 años enfermó de un mal degenerativo (¿lepra, porfiria?); a medida que sus manos se iban deformando, se recluyó y avanzó en la ornamentación con destreza, mártir de su enfermedad. Carcomidas las manos y ya sin dedos, siguió trabajando con martillos y punzones, que le ataban a las muñecas. Murió en la bancarrota, a pesar de que algunos indicios en las tallas sugieren que era un Masón de alto grado.
En 1924, ante la visita del poeta franco-suizo Blaise Cendrars, el grupo de vanguardistas nucleados en torno de los escritores Mario y Oswald de Andrade le organizó una famosa “caravana modernista”, desde San Pablo hasta Minas Gerais y la obra del Aleijadinho. El poeta quedó arrebatado por el conjunto, anunció un libro que nunca concretó, pero en el camino sus acompañantes, entre ellos Tarsila do Amaral, reconfirmaron el inmenso valor del barroco minero. En un ensayo clásico sobre Coppola, el crítico Jorge Schwartz puntualiza que la mención inicial al Aleijadinho en Buenos Aires aparece en 1931, en el primer número de “Sur”, con el artículo “Notas de viaje a Ouro Preto”, del narrador franco-uruguayo Jules de Supervielle. En ese mismo número, Coppola coincide con su primer ensayo fotográfico extenso: “Siete temas. Buenos Aires”.


Fuente: clarin.com

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