IRONÍAS DE UN HOMBRE ILUSTRE


Partiendo siempre de experiencias de su vida, Alfredo Benavídez Bedoya crea una obra potente, narrativa, plena de humor ácido y cuestionadora del poder.

Por Cristina Civale

Cuando la pareja formada por la curadora Linda Veroni y el artista visual Ral Veroni concibió en 2010 su galería Mar Dulce, un espacio de dimensiones estrechas, pensaron a lo grande. Su apuesta fue firme más allá de cualquier tendencia probadamente exitosa: se dedicarían a la exhibición de obras de pequeño y mediano formato –especialmente dibujos y grabados y, en menor medida, pintura y fotografía–, además de poner algunas fichas en libros de artista y objetos creados por rioplatenses de todos los tiempos.
Este recorte en el soporte, los destaca del resto de las galerías que pueblan Palermo. Desde su propio gusto personal, abrieron un abanico que estaba entornado y fueron dando espacio en sus paredes a obras con menor visibilidad, a soportes subestimados y lograron, a su vez, ensanchar la mirada de los amantes del arte ofreciendo una propuesta refrescante y sólida.
En estos días presentan El ilustre de los desvaríos, una muestra-instalación formada por trece grabados de Alfredo Benavídez Bedoya, un artista que tenían fichado desde antes de abrir sus puertas. Así lo afirma Ral Veroni: “Cuando abrimos la galería en 2010, Linda y yo habíamos pensado en exponer a Alfredo. Su obra no nos gusta sólo a nosotros: le gusta a la gente que nos visita. Para mí, Bedoya se ha vuelto desde hace tiempo un clásico del arte argentino pero clásico en el mejor sentido de la palabra, no en el sentido de aburrido o muerto. Su obra se reconoce a la distancia, a cien metros se puede decir ‘ese es un Bedoya’. Por otro lado, dentro de la solidez de su estilo, su obra es dinámica, tiene variedad, narración abundante, es ácida y potente”.
En una pared lateral están montados, como armando un laberinto, los trece grabados donde se destacan los temas recurrentes en la obra de Bedoya: el mundo castrense, los árboles salvadores, cuerpos enroscados como sosteniéndose, haciendo equilibrio, soportando el propio peso de la existencia. En cada obra se intuye la tensión de los elementos que la conforman, una lucha de partes; en cada obra, también, puede apreciarse como la metáfora de un laberinto o un tramo de él, un camino del que hay que salir, irse fuera del cuadro.
Es el propio artista quien confirma que el laberinto es una de sus obsesiones así como también el poder que refleja en sus series de militares y de otro modo en sus árboles-refugio, donde van a preservar su vida los amenazados por la naturaleza presente en la obra o por un perseguidor que se adivina fuera de ella.

DOS UNIDADES DE CABALLERIA MONTADAS EN MULAS EXTENSIBLES. 1994, linografía 30 x 80 cm.
DOS UNIDADES DE CABALLERIA MONTADAS EN MULAS EXTENSIBLES. 1994, linografía 30 x 80 cm.

Bedoya forma parte de una familia de poetas y militares que se presumen ilustres. El artista es hijo de un marino cuya mayor obsesión fue que su primogénito estudiase en el Liceo Naval y así fue. El deseo del padre se cumplió, Bedoya se recibió entre uniformes castrenses pero poco antes fue degradado por falta de actitud militar: nunca llegó a ser un oficial.
Toda una suerte para él, ya que nada de eso le interesaba. Pero la experiencia militar y el mandato firme del padre al que no pudo negarse, todavía atraviesan su obra donde el autoritarismo, con sarcasmo e ironía, vuelve una y otra vez. Es notable su obra donde tres soldados marchan portando un tenedor. ¿O el tenedor los pincha y los atrapa? La tensión no sólo se da en los objetos sino en las interpretaciones que puede derivarse de cada uno de los grabados expuestos.
En esta ocasión se trata de grabados al linóleo, una técnica similar a la xilografía, en la que en vez de grabarse las imágenes sobre madera, se graban –y luego se imprimen en papel– con este material como soporte. El linóleo se aplica para revestimientos de pisos y está hecho de un material producido con aceite solidificado, polvo de corcho reconstituido, goma, resina y materias colorantes, que se sustentan en una base de tela de yuste. Bedoya logra con esta técnica detalles muy finos en cada uno de sus estampados monocromos y busca narrar con humor cada situación que presenta porque –dice él mismo– “sin humor no se puede hacer nada”. Así, imagina personajes y situaciones de un relato que primero sucedió en su vida. “Nada de lo que se ve en mis obras queda fuera de mis vivencias. Está primero la presencia de un hecho y luego la representación”.
La obra de Bedoya es literalmente inmensa y se extiende también a la escritura, al dibujo, a la ilustración de libros y a la creación de libros de autor.
Más allá de la instalación expuesta, “la punta de un iceberg –dice Veroni–, tenemos más obra en la trastienda. En ellas se termina de apreciar la inmensidad de su mundo creativo en el que hay alusiones a la política, a la situación económica del país, a la educación, al peronismo y al arte”.
En la instalación expuesta en Mar Dulce la obra de Bedoya, ilustre-ilustrador –de allí el juego de palabras con que se la nombra– se pueden apreciar las elucubraciones de una mente ávida y cuestionadora. “Siempre estoy en contra de quien tiene el poder –afirma el artista–, es un estilo de vida esto de oponerme”.
¿Anarquía? Sí en la operación de pensar, no en las obras que muestran cada vez una búsqueda sostenida y lograda de equilibrio.

FICHA
Alfredo Benavídez Bedoya
El Ilustre de los Desvaríos

Lugar: Galería Mar Dulce (Uriarte 1490).
Fecha: Hasta el 30 de junio.
Horario: martes a sabados, 15 a 20.
Entrada: gratis.


Fuente: Revista Ñ Clarín

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