LOS PALACIOS PORTEÑOS DE LA LUZ


La Italo. Unas de las subestaciones que hay en la Capital y el logo sobre los ladrillos naranjas. En los 90 los edificios pasaron a la Ciudad.
Por Eduardo Parise

Desde los tiempos de la revolución industrial, la energía es un elemento clave para producir, construir o moverse. Y en esto la electricidad siempre ocupó un lugar de privilegio. Buenos Aires, como toda gran ciudad, no puede prescindir de ella. Lo que ocurre cada vez que hay un corte, aunque dure sólo unas horas, es la mejor prueba. Ese proceso de usar la electricidad comienza aquí en 1887 con la creación de la Compañía General Eléctrica de Buenos Aires y se generaliza en 1912. Por ese tiempo, la instalación de usinas pasó a resultar imprescindible.
Fue en ese año, cuando la Compañía Italo Argentina de Electricidad (CIAE) logró una concesión por 50 años y terminó con el monopolio que tenía la CATE (Compañía Alemana Transatlántica de Electricidad). Pero a diferencia de esta empresa, la Italo (como empezó a decirle la gente) optó por apuntarle al consumo urbano. Así surgieron usinas que, con una estética atrayente, se metieron en el paisaje porteño.
La que siempre se destacó es la que aún se conserva en Pedro de Mendoza y Benito Pérez Galdós, en La Boca y que, en horas, estará otra vez en marcha, ya no para generar electricidad sino convertida en la Usina del Arte (ver pág. 34). El edificio original empezó a construirse en 1912 y se terminó e inauguró en 1916. Fue diseñado por el arquitecto Giovanni Chiogna, un hombre nacido en Trento, Italia que, como tantos compatriotas, un día se embarcó en Génova en el vapor Formosa y recaló en esta Buenos Aires “per fare l’America”. Chiogna traía la impronta de Camilo Boito, un predicador del estilo románico gótico que, a fines del siglo XIX, era casi un emblema para los italianos.
Con ese estilo propio de los municipios medievales (asentado sobre una base de piedra, con paredes de ladrillo a la vista, ventanas con arcos de medio punto y hasta con una torre con reloj, digna de cualquier palacio de Florencia) el gran edificio de la usina boquense producía energía de alta tensión y estaba acompañado por otras cuatro estaciones intermedias (Montevideo 919, Tres Sargentos 320, Moreno 1808 y Balcarce 547) y otras muchas conocidas como “subestaciones estáticas”, ubicadas en pequeños lotes de la ciudad y el conurbano. Se calcula que de éstas hubo unas doscientas.
La usina de Pedro de Mendoza 501 funcionaba a vapor, que se producía con carbón, y hasta tenía canales subterráneos desde donde llegaba el agua del río para refrigerar a los generadores. Aquel diseño elegante fue el que le permitió a la Italo instalarla en una zona urbana sin que hubiera quejas de los vecinos. Y hasta se conocieran elogios como aquel publicado tras la inauguración donde se destacaba “la acertada y armónica aplicación de un estilo puramente italiano”. Años más tarde, la empresa construiría la usina de Puerto Nuevo, pero con otro diseño diferente a los propuestos por Chiogna. Hacia 1990 todos los edificios de la ex Italo que estaban en la Capital pasaron a la Ciudad. Para recordarlos, desde mañana, martes 22, habrá una muestra fotográfica en el Palacio Legislativo (Perú 160) titulada “Proyecto Italo: Palacios de la Luz”, que mostrará, hasta el 1 de junio, lo que eran esas construcciones.


De todas maneras, las principales miradas se centrarán en aquella usina que ahora tendrá otro destino. Según lo definió hace un par de años un funcionario será “el Teatro Colón del siglo XXI”. Tal vez nadie recuerde que, en 1905, en ese terreno de Pedro de Mendoza y Benito Pérez Galdós (se llamaba Colorado) estuvo la cancha del club Independencia Sud, el lugar en el que un club recién fundado jugó sus primeros partidos como local. Era Boca Juniors que en esos tiempos usaba una camiseta rosa (aún no había adoptado el azul y oro) y La Bombonera ni siquiera era un proyecto. Pero esa es otra historia.

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