EL INTENDENTE DE LA TERCERA FUNDACIÓN


Secreta Buenos Aires

Intendente. Alvear y su idea que no vio inaugurar: la Avenida de Mayo, a principios del siglo XX.

Por Eduardo Parise 

La historia registra que Buenos Aires tuvo dos fundaciones. Una, el 3 de febrero de 1536, a cargo de Pedro de Mendoza. La segunda, el 11 de junio de 1580, por Juan de Garay. Pero para algunos historiadores, la Ciudad tiene una “tercera fundación”. Es la que le atribuyen al cambio que produjo un señor llamado Torcuato de Alvear quien hace 129 años (se cumplieron el jueves pasado) era designado como el primer intendente porteño. Su gestión, sostienen, promovió tantos cambios que lo definen como el hombre que convirtió a “la aldea” en “la París de América”.
Torcuato Antonio de Alvear y Sáenz de la Quintanilla, tal su nombre completo, había nacido en Montevideo, Uruguay, el 21 de abril de 1822. Esto tenía que ver con el destierro de su padre, el general Carlos María de Alvear. Como fiel miembro de una de las familias patricias, desde joven admiró la estética que el barón Georges-Eugène Haussmann (1809-1891) le había impuesto a la capital de Francia: grandes avenidas, edificios de fina arquitectura y mucho espacio. Es decir: una “ciudad luz”. Entonces, no fue extraño que el 4 de diciembre de 1880 lo eligieran como presidente de la Comisión Municipal de Buenos Aires, encargada de administrar la Ciudad. Aquel estatus cambió el 10 de mayo de 1883, cuando el presidente Julio Argentino Roca lo designó intendente.
De origen conservador, sus ideas para la Ciudad lo erigieron en un transformador. Claro que tuvo muchas críticas por su estilo y su vinculación con lo más rancio de la aristocracia porteña. Pero en su gestión, Torcuato de Alvear empezó por demoler la Vieja Recova, un símbolo del tiempo virreinal que dividía a la Plaza de Mayo, trazó y planificó jardines y plazas (tarea en la que tuvo activa participación el paisajista francés Carlos Thays), transformó las avenidas, llenándolas de árboles y también hizo empedrar calles en todas las direcciones. Como ejemplo, se puede citar el cambio que provocó en la zona de Constitución transformando en una gran plaza lo que era un mercado y apostadero de carretas.
Aquel cambio no sólo apuntaba a lo estético. También tenía en la mira cuestiones de salubridad, porque “Don Torcuato” declaró obligatoria la vacunación contra la viruela; para evitar el cólera nombró comisiones en los barrios, que secaron pantanos y rellenaron zonas bajas; mejoró los hospitales que existían y creó nuevos, y hasta cambió la distribución del agua potable y la electricidad.
De todas maneras, la tarea de aquel “creador del Buenos Aires nuevo”, como le decían sus amigos, tiene en la historia un símbolo asociado a su deseo de transformación: abrir en pleno Centro una avenida con 30 metros de ancho (una calzada de 17 metros y a ambos lados, veredas de 6 metros y medio). Es la Avenida de Mayo, el lugar al que muchos consideran el puntapié inicial de ese cambio de imagen de la Ciudad. Y en su proyecto el intendente no dudó, aunque aquella demolición para abrir la avenida afectara las propiedades de familias con apellidos tan tradicionales como Unzué, Anchorena, Ezcurra o Alcorta y hasta el edificio del histórico Cabildo. El “gran boulevard” se iba a hacer a lo largo de diez cuadras, “cortando” la manzana entre las calles Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen) y Rivadavia.
Torcuato de Alvear no llegó a verla terminada. Murió en 1890, a los 68 años, y la inauguración oficial se realizó el 9 de julio de 1894 con una procesión de antorchas. Tampoco vio los bellos edificios que le dieron brillo a “la Avenida“. Ni la construcción de la línea A de subterráneos que, desde mayo de 1913, corre bajo su trazado y fue la primera que tuvo una ciudad de América latina. Pero esa es otra historia.

Fuente: clarin.com

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