EL LLANTO DE ROHMER



El llanto de Rohmer

Cuadernos privados



Por Laura Ramos

Si las cosas hubieran sido de verdad de otro modo muy distinto, yo habría susurrado con deleite el parlamento de Janet Leigh para acompañar a Jorge Luis Borges en su ritual de cinéfilo en los años sesenta. Pero los verdaderos amigos de Borges no accedían más que una vez a seguirlo al cine, por 1961, cuando él insistía en arrastrarlos a ver Psicosis , de Alfred Hitchcock. Entonces él volvía solo a la sala una y otra vez para repetir el guión, que sabía de memoria, a dúo con Anthony Perkins ( Victoria Ocampo, el mundo como destino , María Esther Vázquez). Las extraordinarias teorías de Éric Rohmer sobre el cine de Hitchcock se fueron publicando en la revista Cahiers du cinéma en esos mismos años, aunque yo las conocí por medio del teórico (y teólogo) de cine Ángel Faretta, mi maestro, muchísimo tiempo después. Nada me entusiasmó más que descubrir que, en vez de hacer películas policiales o de suspenso, en realidad Hitchcock estaba contando una sola historia, siempre la misma, y era la historia de un alma enfrentada con el mal. ¡De modo que La sombra de una duda , película tan depreciada en favor del cine atormentado de Ingmar Bergman o de Ken Russell, era un film metafísico! A partir de entonces no pude sino comprender (¿cómo no verlo en Los pájaros ?) que Hitchcock filmaba sobre las nociones de pecado y de gracia, sobre el alma inmortal.
Éric Rohmer, el artista que dirigió El rayo verde y Cuento de verano , dijo que Hitchcock encarnaba una de sus hipótesis más preciadas: que el cine ilustra una idea secreta, una idea oculta que determina toda su obra. ¿Y cuál es la idea secreta del gran Hitch?: La metafísica. Hay una escena de El hombre que sabía demasiado (una película muy sensacional con James Stewart y una Doris Day elegida sin ninguna inocencia) que hacía llorar a Rohmer cada vez que la veía: la escena en que la madre, Doris Day, canta “Que será, será”. La primera vez, ella lleva un vestido blanco con flores verdes y sus mejillas lucen rosadas: su hijito acompaña la melodía con un chiflido mientras bailan juntos en un hotel de Marrakech. La dicha sin mácula de la familia estadounidense. La segunda vez, el mal cierne su sombra sobre la familia: unos espías misteriosos raptan al niño. Doris vuelve a cantar “Que será, será” en la embajada extranjera donde el niño está secuestrado; su voz actúa como contraseña para que su hijo, encerrado escaleras arriba, sepa que ella está allí. En forma simétrica –Hitch y Rohmer aman las simetrías– para que su madre comprenda que él la escuchó, el niño sigue el ritmo de la música con su chiflido desde el cuarto-prisión. El contraste entre los dos momentos musicales contiene el drama del filme. Rohmer explica la causa de la emoción que le despierta esa escena en el libro Hitchcock , escrito junto con Claude Chabrol: “Hitchcock sitúa el filme en el espacio de una manera tan precisa y tan exacta que tengo entonces plenamente la sensación del tiempo que pasa y que, de manera inexorable, se marcha para no volver. Esta forma de melancolía metafísica me llega enormemente”. Lo hermoso de la idea hitchconiana es que usó la canción como un elemento dramático no sólo porque juega un papel fundamental en el rescate del niño, sino porque funciona también como un leitmotiv que alude a la relación amorosa entre la madre y el hijo.
La canción dice así: “Cuando era una niña le pregunté a mi madre: ¿Qué voy a ser? ¿Voy a ser bonita? ¿Voy a ser rica? Esto es lo que me dijo: Que será, será/ Sea lo que sea, será /El futuro no es nuestro para ver/ Cuando crecí y me enamoré, le pregunté a mi amante lo que se avecinaba:/ ¿Habrá arco iris día tras día?/ Esto es lo que dijo mi amante: Que será, será/Sea lo que sea, será.” Pura estética trascendental.
Otra de mis películas favoritas, Festín diabólico , es hermana de Crimen y castigo en motivo, tratamiento y puesta en escena. Dos jóvenes universitarios estrangulan a un amigo y lo esconden en un baúl pocos minutos antes del cóctel al que están invitados los padres y la novia del muerto. El propósito del crimen, dostoyevskiano en toda regla, es demostrar una tesis: quien pertenece a la elite tiene todos los derechos, incluido el de suprimir a una mente inferior. Al cóctel está también invitado el profesor que les inspiró la macabra teoría, presa de un chantaje moral al que Edgar Allan Poe podría llamar el “demonio de la perversidad” (y no aludiría sólo a la sexualidad de los personajes).
La Paramount había exigido a Hitchcock, por motivos comerciales, que Doris Day cantara una canción. “Que será, será” ganó el Oscar a la mejor canción y se convirtió en el hit musical del año, y ya Hitchcock era conocido como el rey Midas de la industria, pero no es cierto que su cine sea inmoralmente comercial. Hitch es profundamente moral. En cuanto a asuntos morales, a propósito de esa perversidad sexual que es La ventana indiscreta le dijo a Francois Truffaut: “Nada hubiese impedido rodar este film, pues mi amor al cine es más fuerte que cualquier moral”.


Fuente: clarin.com


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