LAS NIÑAS DESNUDAS DE LEWIS CARROLL



Las niñas desnudas de Lewis Carroll

* Cuadernos privados

La tarde dorada en que Lewis Carroll le contó a la verdadera Alice Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas es tan misteriosa como la página arrancada de su diario íntimo en la que el profesor de matemática excéntrico, tartamudo y enamorado relató la ruptura de la relación amorosa que los unía. Me gustan los umbríos bares de Caballito para leer su historia.
Carroll, que en realidad se llamaba Charles Lutwidge Dodgson, explicó que la inspiración le llegó por el anhelo de complacer a Alice Liddell cuando se refugiaron del sol a la sombra de un almiar. Ese día alcanzó tal dimensión mitológica y fetichista que surgió un movimiento revisionista que cita informes meteorológicos de la época con el objetivo de demostrar que el 4 de julio de 1862 llovió.
Dodgson había llegado a Oxford en 1850 y se quedó allí 47 años, primero como estudiante, luego como profesor de matemática, preceptor y diácono. Aficionado a la fotografía, tímido, elusivo de la sociabilidad, a los treinta y un años anotó en su diario los nombres de 108 niñas a las que había fotografiado; en 1894 añadió “dieciséis amiguitas nuevas”.
Dodgson accedió a los Liddell después de hacer unos retratos de sus hijos, que despertaron la curiosidad de su padre, decano del Christ Church College. Así se entabló la amistad entre este genio matemático de veintisiete años y la niña de siete. El señor Dodgson acudía a las reuniones musicales de la familia, inventaba juegos matemáticos y adivinanzas para las niñas, las llevaba a excursiones en barca. La relación duró unos siete años y se interrumpió bruscamente por un acontecimiento narrado en la página arrancada de su diario.
“Su comportamiento contigo se había vuelto demasiado cariñoso a medida que te hacías mayor”, le escribió la hermana mayor Lorina a Alice en una carta de 1930. Además de los juegos había besos, y sólo besos, al parecer, en las relaciones entre Dodgson y sus amiguitas. Luego de llevar a la niña Irene Burch al teatro a ver La Cenicienta , él escribió: “…Se sentó en mis rodillas, y más o menos una vez cada media hora se volvía para darme un beso”. A la madre de su amiga Enid Stevens le solicitó por carta: “Me complacería muchísimo recibir un beso de otra de sus hijas, aparte de Enid (respecto a la cual, doy por sentado que cualquier niña de menos de doce años es ‘besable’)”. Según apunta Francine Prose en Vidas de las Musas , en sus memorias Isa Bowman se detuvo con admirable precisión en los tórridos besos del señor Dodgson.
A partir de mayo de 1862 el matemático registró en sus diarios unos agudos ataques de culpa. Esa repugnancia hacia sí mismo despertó múltiples debates: ¿se trataba de indolencia, de autocomplacencia física, de deseos prohibidos? El señor Dodgson se consideraba un vil pecador que necesitaba perdón, pero los pecados no fueron especificados, aunque reafirmaba promesas de no volver a cometerlos. Sus obras muestran una percepción compleja de la naturaleza infantil, y también sadismo, genialidad y anarquía. Cuando el hijo de lord Alfred Tennyson cumplió diez años le escribió: “Me alegra que te haya gustado la navaja, pero creo que es una lástima que no te permitan usarla ‘hasta que seas mayor’… Si te permitieran cortarte el dedo con ella una vez por semana, sólo un poquito, hasta que empiece a sangrar, y hacerte un buen corte profundo cada cumpleaños, creo que con eso bastaría…”.
Al señor Dodgson, y esto lo acerca a otro coleccionista de nínfulas, Vladimir Nabokov, le resultaba “difícil explicar qué necesidad hay de tapar los cuerpos adorables de las niñas”. En su libro Niñas muestra los retratos de niñas más intrincados y bellos de la historia de la fotografía. Pero no hay un solo desnudo. En una carta a una tal señora Henderson le prometió destruir todas las fotos de desnudos, excepto una, para las que habían posado sus hijas: “Esa inocente inconsciencia que poseen es muy hermosa y despierta un sentimiento de reverencia, como cuando uno se halla frente a algo sagrado”.
¿Acaso las niñas se quejaban de él? Enid Stevens escribió: “Nos pasábamos horas enteras sentados –el viejo y la niña– en un sillón enorme, jugando con las palabras… Me negaron días de una relación más estrecha con alguien que, pese a tener una mente fantasiosa, era una persona virtuosa; y me los negaron porque él era un hombre y yo una niña”.
Alicia es una obra maestra poblada de equívocos léxicos, de falsas etimologías, un tratado sobre el carácter arbitrario del lenguaje, del diálogo como vehículo de malentendidos e incomprensiones, un nonsense . Las paradojas lógicas de Carroll deleitaron a James Joyce, que no sólo citó a Alicia en su Finnegan’s Wake sino que usó el truco del portmanteau-word o palabra-baúl, en el que dos significados se anudan en una palabra. El último párrafo de Alicia , escrito desde el punto de vista de la hermana dormida junto a la orilla del río que sueña una repetición del sueño de Alicia, revela el dolor voluptuoso, la placentera tristeza de esa tarde dorada, y a la vez, otro “nabokovismo”, la añoranza anticipada de la niñez perdida.

Fuente: clarin.com

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