EL ARTE DE HOY Y LA DESTRUCCIÓN



Retablo de Isenheim, 1512-1516, de Matthias Grünewald, tal como se encuentra expuesto en en la Capilla del Museo Unterlinden de Colmar, Alsacia, Francia.

Muchas veces me han preguntado por las obras del presente que podría considerar equivalentes de aquellas del pasado, que aún a pesar del tiempo, conservan una fuerte capacidad de hacernos reflexionar sobre nuestra existencia, el devenir de la condición humana o la propia naturaleza de la experiencia estética. Recuerdo hace un par de décadas cuando emprendí un viaje a Colmar en Francia, sólo para llegar a ver el Altar de Isenheim de Matthias Grünewald en el Museo Unterlinden, y la conmoción que me provocó esa obra, realizada en el siglo XVI para un hospital de monjes que asistían a leprosos. Fui y volví varias veces en un día y aclaro que el impacto nada tenía que ver con la interpretación teológica o piadosa de la obra sino con una experiencia estética de neto cuño moderno. He pensado en estas cuestiones cuando me preguntan por equivalencias y me interrogo sobre las piezas del presente que podrían convocar peregrinajes similares. Claramente no serían muchas, entre otras cosas, porque las dimensiones constitutivas del arte contemporáneo en una gran medida tienen que ver con la desmaterialización, la posibilidad de viajar a través de redes y fundamentalmente con la destrucción. Un dato comprobable ahora mismo en la obra de Martha Minujin, que ha llegado al Malba aun a pesar de su propia lógica. Y también en la obra de Jorge Macchi que estalló el sábado pasado en la Fundación Proa. Diríase que en este caso la levedad de su presencia –una valla de cristal– contenía en sí misma el fatal desenlace y, en él, la consumación de su sentido: un límite es algo que habrá de ser roto. El azar, una dimensión siempre presente en la obra de Macchi, quiso implicar involuntariamente a la escritora Matilde Sánchez, cuya más reciente novela curiosamente se llama Los daños materiales . Todo converge hacia la falta de permanencia de la experiencia contemporánea que también retacea el tiempo demandado por el espesor de las obras del pasado. De allí que sea tan complejo encontrar equivalencias.



Fuente texto: Revista Ñ/clarín



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