CRÓNICA DE UN DAÑO INSÓLITO EN PROA.



En la inauguración, la obra de Macchi acabó en el piso. Se confiesa aquí la iconoclasta.


READY CRASH. LA AUTORA DE ESTA NOTA INVENTO EL CONCEPTO PARA DESCRIBIR LA OBRA DE MACCHI "CONTENIA SU DESENLACE"

Por Matilde Sánchez
Confesión


Proa es no sólo un faro en las artes visuales porteñas, también es una casa segura para el arte. ¿Quién podía imaginar, mientras nos dirigíamos allá el sábado a ver “Of bridges & borders”, que un descuido, todavía inexplicable, me convertiría en el brazo armado contra todos los límites? –o bien en la alevosa socia performer de un artista a quien no tengo el gusto de conocer. Anoche el artista Jorge Macchi anunció su decisión de retirar del museo los restos a los que reduje su obra.
Dentro de la muestra internacional, la pieza Reacción consistía en una valla de vidrio soplado de tamaño real, que traslucía el suelo de madera hasta ser invisible. Destinada a potenciar su fragilidad, la puesta fue una decisión deliberada del curador Sigismond de Vajay. En sus líneas, era el arquetipo de una valla salvo por su material, que la convertía en su antítesis. Era –digo bien, porque ya es solo leyenda- un obra conceptual y promovía la crítica, en este caso sobre los límites. Las asociaciones más pedestres de una valla –allí donde lo pedestre es la escala humana del territorio, lo sabemos en esta, la capital del piquetes– la vinculan con el poder y el anhelo de transgresión. Una valla es un muro portátil; bloquea según se precise pero convoca a derribarla. Antes de que llegaran las teorías sobre la porosidad de las fronteras, en la Berlín oriental de los 70 Peter Schneider observaba: “el Muro está en la cabeza”.
Aunque en internet el español Ricardo Jarne ya la bautizó “el Gran Vidrio argentino”, Reacción era todo lo contrario de un ready-made a lo Duchamp. Se trataba de una artesanía perfecta, sobreconstruida. En todo caso, era un ready-crash, contenía su desenlace. Modestamente, creo haber obedecido su mandato. A las 18:30 vi la obra y fui hasta el fondo de la sala. De vuelta caminé con mi cartera al hombro. De pronto los rostros del público multiplicaron el grito mudo de Munch. Fue un no-evento pero tuvo para mí la cámara lenta alucinatoria de los accidentes, se congeló en primeros planos con banda sonora de estrépito. En esa cámara de ecos, sonó como la caída de una claraboya, como si hubieran estallado las vidrieras de Harrod´s.

Crónica de un daño insólito en Proa: “Ya soy una enemiga del arte”

Por segundos tuve la esperanza que alienta en todo papelón: que lo haya cometido otro. Enseguida sobrevino la sensación de “tragame, tierra”. Pero la tierra me rechazó. Se sabe, el cristal es una de las pocas materias que no tiene remedio; una vez que estalla no se lo puede pegar con nada -trizas y añicos, plurales de palabras sin singular. Esa misma mañana la directora de Proa, Adriana Rosemberg, presintió que la obra “reaccionaría” y la aseguró en 50 mil dólares. Así, al dejar de existir, la obra reveló su condición de lujo. ¿Con qué seguir tras este debut? ¿Me decantaría por el castigo, como las chicas enmascaradas de Guerrilla art ? ¿Me atreveré a derribar la pecera de formol que aloja al tiburón de Damien Hirst? ¿Qué distinguió el hecho de un simple blooper? La interpretación, que no conoce límites y de todo se sirve.
En el régimen del arte actual, la estrategia estética cuenta y siempre está latente un potencial de cinismo. Lo primero que pensé fue cómo compensaría yo a Macchi. Ante la posible llegada de un escribano, suspiré –quizá el artista ya estaba al tanto ¡y empezaba a festejar a cuenta! Lo imaginé proyectando una nueva serie de estructuras intangibles, complotado con sus amigos en la pulverización. Pero enseguida me puse a mí misma bajo sospecha. Me imaginé presa en una seccional, cerca de la celda de “Jorge”, y luego en el penal de Ezeiza, ¡convicta por intento de defraudación del seguro! Y como cada uno va con sus series, su agenda y su cinismo, debo trasmitir al lector la formidable carambola de esta casualidad: también pensé en el primer capítulo de mi última novela, Los daños materiales , donde un juego de cristalería acaba hecho polvo. No fue entonces iconoclastia sino el cumplimiento de mis profecías.

Fuente: clarin.com

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