HOMENAJE A
FEDERICO MANUEL PERALTA RAMOS
1939-1992, EN SUS 70 AÑOS
TODO LO GORDO, A UN COSTADO





CUIDADO CON LA PINTURA

El Museo de Arte Moderno presenta una muestra antológica de Federico Peralta Ramos, insólito creador de los años sesenta. Aún cuando muchos lo recuerdan como un insólito personaje, casi de culto, producto de los míticos años sesenta, Federico Manuel Peralta Ramos es casi un desconocido como artista. Sin embargo, fue un creador que supo trabajar fuera de las corrientes principales. Su estética, de una simplicidad sin pretensiones, se convirtió en un implícito asalto a la cultura que se reconocía como seria. Por lo general, no participó en los grupos o acciones impulsados por los artistas de su generación, pero estuvo cerca de ellos. Con Marta Minujín, su gran amiga, compartió la intención de convertir el viejo arte en un nuevo "arte de vivir".
Federico Manuel Peralta Ramos coincidió desde sus comienzos con los propósitos de grupo Fluxus, un movimiento internacional de arte iconoclasta, integrado hacia 1960. En un manifiesto, George Maciunas, cabeza visible del colectivo, había anotado algunos principios que podría compartir Peralta Ramos: "Purgad el mundo de la cultura `intelectual´, profesional y comercializada; purgad el mundo de arte muerto, de imitaciones, de arte artificial, de arte abstracto, de arte ilusionista, de arte matemático. Promoved el arte vivo, el antiarte, promoved la realidad del no-arte que pueda ser captado por toda la gente, no sólo críticos, diletantes y profesionales".
La excelente exposición antológica de Peralta Ramos, que se presenta en el Museo de Arte Moderno con la curaduría de Clelia Taricco, recorre treinta años de su creación. A través de un centenar de trabajos, se puede seguir su producción, desde las primeras pinturas informalistas que mostró en la galería Rubbers en 1960 y 1961, hasta las escrituras de comienzos de los noventa.
Un artista diferente
Peralta Ramos adquirió repentina popularidad con la instalación (la denominación no existía en esa época) que presentó, en 1965, en el Premio Nacional de Instituto Di Tella, con el título Nosotros afuera . El conjunto estaba integrado por una gran pintura, un obelisco, y un enorme huevo de 4,50 metros de ancho x 2,60 metros de alto, realizado en yeso, con una estructura interior de madera y metal desplegado.
En 1967 expuso pinturas en la galería Vignes con el lema "Todo lo gordo a un costado"; era su quinta muestra personal.
Un año más tarde obtuvo la prestigiosa beca de la Fundación Guggenheim, dotada de seis mil dólares. Cuando recibió el primer envío de dinero, en febrero de 1969, lo invirtió en una gran cena para veinticinco personas (amigos y familiares), en el Hotel Alvear. Peralta Ramos, años después, afirmó que "en vez de `pintar´ una comida, di una comida". La cena fue el inicio de las acciones que realizó hasta sus últimos días, utilizando medios no artísticos y subrayando la tendencia a la diversión.
En esa vía puede interpretarse la compra de un toro reservado gran campeón, un charolais, que había hecho, en 1967, en un remate de la Sociedad Rural Argentina. El animal, que le fue adjudicado en 1.150.000 pesos, estaba destinado, según el artista, a su exhibición "como una obra de arte vivo". Por supuesto, la venta debió ser anulada. La acción, aunque no se cumplió en su totalidad, no deja de remitir a la exposición que dos años más tarde presentó Janis Kounellis (integrante del grupo Arte Povera italiano), en una galería de Roma, integrada por doce caballos vivos. Mucho después, en 1997, en la Documenta de Kassel, la alemana Rosemarie Troquel expuso un grupo familiar de cerdos.
En la década de los setenta, Peralta Ramos abandonó los medios tradicionales, como la pintura, para inclinarse por un tipo de creación siempre dotada de humor, concretada en ambientaciones, algunas veces acompañadas de performances, objetos y textos con breves frases manuscritas. En 1968 creó una "nueva religión", que bautizó "Gánica" ("ser gánico significa hacer siempre lo que uno tiene ganas"). En esa ocasión hizo imprimir un texto con los veintitrés preceptos de su religión: "A Dios hay que dejarlo tranquilo", "Perder tiempo", "No perder tiempo", "Vivir poéticamente", "Jugar con todo", "No endiosar nada", "Flotar", etcétera.
En 1971 expuso Cuidado con la pintura , una instalación compuesta por la frase escrita sobre papel y un trabuco de cerámica. Un año más tarde, en el Centro de Arte y Comunicación (CAYC), con el título El objeto es el sujeto , se exhibió a sí mismo "como si fuera" una obra de arte. En 1976, Antonio Berni lo invitó a participar en una muestra con el título "Creencias y supersticiones de siempre". El creador de Juanito Laguna presentó la conocida instalación La difunta Correa ; Peralta Ramos exhibió La tumba de Tutankamón , con una momia revivida que contestaba las preguntas de los visitantes.
Desde fines de los años setenta, abundan en la producción de Peralta Ramos las frases sobre papel o tela tensada en bastidores. Con grandes letras escribió, por ejemplo: "Para no ser un recuerdo hay que ser un re-loco"; "Soy como un boomerang que no quiso volver porque se encontró con Dios"; "Arte que me hiciste mal y sin embargo te quiero". Estas obras no dejan de recordar la poesía visual, que atiende tanto a la "forma" de la letra como al contenido de lo escrito.
En 1969, Peralta Ramos comenzó a colaborar en un programa de televisión de Tato Bores, donde, siempre vestido con un impecable traje azul de saco cruzado, realizaba una intervención, casi una performance . En 1970 grabó un disco, editado por Columbia Records, con dos temas de los que era autor: "Tengo algo adentro que se llama coso" y "Soy un pedazo de atmósfera". Muchas veces, en las bo"tes de moda, improvisaba pequeñas actuaciones, en las que casi nunca faltaba el recitado de "La hora de los magos", de Jorge de la Vega.
Federico Manuel Peralta Ramos nació en Mar del Plata en 1939 y murió el 30 de agosto de 1992. Su analista decía que no era loco sino psicodiferente. Antes que cualquier otra cosa, era un artista diferente que quería hacer, por diversos caminos, una obra simple, divertida, concentrada en insignificancias, sin valor comercial ni institucional. Alguna vez escribió, "El arte es hacer reír y pensar a la gente". Por ello, siempre se mantuvo alejado de toda forma de arte que pareciera complejo, intelectual, expresivo, inspirado y de valor comercial.
Jorge López Anaya

TODO LO GORDO A UN COSTADO

Acompañé a mi madre a la inauguración de "Todo lo Gordo a un Costado" en la Galería Vignes, en 1967. Fede había tomado partes mínimas de pinturas al óleo y las había ampliado miles de veces. El efecto visual que había conseguido era de grandes "chorizos" de materia coloreados, que se superponían y cruzaban los soportes que había usado de un borde a otro. Todo transcurría dentro de lo esperado hasta que, al poco rato de estar nosotros en la inauguración, empezaron a desprenderse grandes pedazos de materia y a caer pesadamente y a estallar contra el piso. Fede corría a conseguir un pegamento, a recoger los pedazos del piso, muchos se hicieron mil añicos, seguramente por ser de yeso, e iba pegándolos todo lo mejor que podía. El espectáculo era dantesco. La repentina necesidad de restaurar sus propias obras lo mantuvo inquieto e hiperactivo a este singular artista tan querido por nosotros y por mucha gente que lo conocía sólo de cruzárserlo en la calle, en los bares que frecuentaba o bien de verlo haciendo sus esperadas participaciones en el programa de Tato Bores los domingos a la noche.
P.L.B.

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